Casi al final del libro, sin spoiler alert, Rock dice:
“Parte del placer que me da nadar en aguas abiertas, especialmente de noche, es que me da miedo. Me asusta. La profundidad desconocida, la corriente negra y todos sus habitantes, sus criaturas todavía no descubiertas”.
***
Esto me llamó la atención porque desde un comienzo Rock habla del placer que para él significa nadar. De cómo muchas veces, ante distintas situaciones que lo incomodan, prefiere cerrar los ojos e imaginarse nadando en el agua negra.
***
¿Qué cosas que nos gustan al mismo tiempo nos producen miedo?
***
Cuando lo leía, pensaba en mi claustrofobia. En lo mucho que me gusta viajar y en lo que padezco volar en avión. En la pastilla que tengo que tragar minutos antes del despegue. En la sensación de encierro. La falta de aire. El ahogo. En cómo esto se traslada a otros espacios de disfrute, como el cine: estar sentada en una butaca en plena oscuridad. Eso que antes disfrutaba y ahora me aterra: pensar cuán lejos estoy de la salida. Por decir algo.
***
Nadar no me da miedo. Es el único momento en el que siento mi cuerpo liviano. Repleto de oxígeno. Me gusta ver las burbujas que salen de mi nariz. Observar la cerámica del piso, casi siempre del color del agua. Volver a ser una niña: dar vueltas y vueltas, jugar carreras, saltar desde el trampolín. Esquivar las olas dando un salto o sumergiéndome debajo. Hacer la plancha con los brazos a un costado, las palmas al cielo. Esquivar las algas. Cada vez que nado me acuerdo de mi padre porque fue quien me enseñó a flotar que es lo mismo que decir que me enseñó a perder el miedo al agua. Pero no recuerdo haber nadado de noche más que alguna que otra travesura adolescente. Y ahora mismo desearía hacerlo. Sentir la sensación de sumergirme en un lugar desconocido.