Una canción que dure para siempre #1

Uno de los epígrafes de Una canción que dure para siempre, el de Natalia Ginzburg, dice así: “Y descubrimos, con profundo estupor, que hasta de nuestra ciudad, pesada y nada poética, se podía hacer poesía”. Yo recuerdo perfectamente cuándo y dónde hice ese descubrimiento.
 
Tenía dieciséis años y estaba forjando lo que podríamos llamar una identidad (quizás porque estaba haciendo mis primeros amigos por fuera del colegio). En la esquina de calle 51 y 11, a punto de llegar a Plaza Moreno, en la esquina del colegio San Miguel Garicoits, un grafiti decía en aerosol dorado: “Ciudad de La Plata: laberinto de la humanidad”. Hace mucho que no existe, pero en mi mente transformó esa cuadrícula atravesada por diagonales en un territorio mucho más vasto, más peligroso y más mítico.
 
Este libro que estamos leyendo hoy es sobre esa ciudad, La Plata. El autor, Santiago Featherston, es platense como yo y de mi misma generación. Su vida y la mía no corren por vías paralelas, como se suele decir: corren por la misma vía (la del tren Roca, para cerrar la metáfora). Una tía suya fue profesora mía, y un primo suyo fue compañero mío: conocía bien su apellido. Y aun así nunca nos cruzamos, hasta que me llevé puesto este libro.
 
Leerlo me dejó atravesado al medio en varios sentidos. La primera novela que escribí (y por suerte nunca publiqué) la empecé en esa época del grafiti y era sobre ese tránsito permanente de una persona como yo entre La Plata y Buenos Aires, como hacía yo. Por supuesto que fracasé rotundamente. No fue el caso de Santiago Featherston; este es su primer libro publicado pero no sé cuántos habrá escrito para haber logrado refinar tanto su arte.
 
De mi fracaso puedo decir: escribir sobre la propia ciudad es más difícil de lo que parece. Es posible engañarse y creer que tenemos “algo que contar” (¿por qué tendríamos?). Para lograrlo, antes debemos saber que: a) es imposible transmitir por entero la vida interior de una ciudad; b) a veces cuanto más hay sobre la ciudad en el libro, menos hay de la ciudad; c) la experiencia propia no es suficiente.
 
Este libro está dividido en doce cuentos, así que haremos tres por semana. Con suerte, cuando termine voy a saber cómo hizo Santiago para escribir estos cuentos. Los primeros tres son “Una despedida para Muriel Leroi”, “Para Mati somos todos iguales”, y “Cómo olvidarla”. No sorprende confirmar que el primero es uno de los mejores, y el segundo también (y el único donde no se hace referencia a nada de La Plata, como excepción que confirma la regla pero también para sentar desde temprano que el libro no depende de la ciudad sino de otra cosa más profunda que la ciudad).
 
Los cuentos comparten una tímida iluminación, la de vislumbrar muy brevemente aquellos que podemos llegar a ser, y está provocada por terceros, que irrumpen demasiado brevemente: una chica de colegio privado y un instructor de spinning. Cuando queremos darnos cuenta, ya se fueron de nuestra vida, pero queda la certeza de que nosotros podemos ser tan diferentes como ellos, y que podemos sentirnos como ellos nos hacían sentir.
 
Por ahora no sigo más, para no spoilear. Nos vemos el próximo domingo.