Cemento #4

Hoy escribe: Nicolás Igarzábal
 
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Cemento es un hijo más del retorno de la democracia. Fue inaugurado en 1985, año que también vio nacer a la Rock & Pop y el suplemento Si! de Clarín. No se trató únicamente de un espacio físico de grandes dimensiones donde poder expresarse, fue mucho más que eso, fue un espacio de libertad, de comunión y de unión artística sin derecho de admisión, el sueño de Katja Alemann. Inicialmente no se piensa en Cemento como un lugar para que toquen bandas sino como un espacio en el que la actriz y sus amigos podían dar rienda suelta a su necesidad de expresión. Batato, Noy, Las Gambas al Ajillo, el Trio Loxon, Diana Nylon, Triciclos Clos, Chame, Vivi Tellas, La Organización Negra, por nombrar algunos, son sólo parte de los enormes artistas que iniciaron o desarrollaron su profesión en el local de la calle de Estados Unidos antes que el rock desembarcara masivamente en él.
 
Cemento tiene la particularidad de atravesar tres décadas tan importantes como disímiles de la Argentina. La recién mencionada vuelta a la democracia de mediados de los 80, el capitalismo neoliberal de los 90 y la crisis del 2001. Durante todo ese tiempo, salvo alguna clausura muy breve, Cemento estuvo abierto. En esa resistencia, en esa convicción y empuje, estuvo siempre Omar Chabán. Comprender la importancia del rol de Omar como gestor cultural es reconocer la relevancia de su obra como defensor y difusor de las artes y las expresiones populares.
 
Hoy, algunas luchas ya fueron ganadas y se han logrado instalar ciertas conquistas sociales, pero en aquellos años, cuando aún existía el fantasma del proceso o cuando las luchas populares renacían lentamente y casi nadie hablaba de ellas, Cemento funcionó como punta de lanza. Cuando las tribus se mataban entre ellas, se gestaba el Unidos Sin Diferencias; cuando el aborto era ilegal y clandestino, el festival El Aborto Ilegal Asesina Mi Libertad inauguraba un nuevo grito de batalla; si se inundaba Santa Fe, allí estaban abriéndose las puertas de la calle EEUU 1234; si estallaba la guerra en Irak, Cemento era el punto de repudio.
 
Cuando uno es adolescente la búsqueda de ideales compartidos es automática, verse representado en paradigmas de vanguardia y resistencia era y aún es, motivo de orgullo. En Cemento no sólo fuimos felices, también fuimos mejores.
 
Pensar hoy a Cemento como un estacionamiento dependiente del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires abre la puerta a una reflexión dolorosa porque hay implícito ahí todo un mensaje a nivel social y cultural. Que desde las instituciones gubernamentales no se impulse ni geste ninguna política cultural tendiente a resguardar el patrimonio que representa Cemento equivale a negar y a tapar hitos culturales propios, autóctonos y genuinos vinculados a lo popular.
 
Asimismo, enfatizar la supresión de su legado, o al menos ponerlo en riego, es una decisión evidente de las autoridades que definen el futuro cultural e identitario de la ciudad y el país. Sospecho también, que la medida de destinarlo al olvido no es ni inocente ni ingenua. Celebro que por lo menos se haya colocado una placa en su entrada, es gratificante pero insuficiente.
 
De la mano de uno de los periodistas de rock más prolífico y virtuoso de los últimos años, el libro de Nicolás Igarzábal, Cemento, el semillero del rock es un obligado de toda biblioteca melómana. Una lectura fundamental y necesaria para conocer qué fue verdaderamente Cemento, espacio fundacional del under porteño y nacional.