Flaperas y filósofos #4

Hola, ¿cómo andan?
Si no avanzaron en la lectura (leer libros con lentitud, mal de la época), espero que al menos hayan disfrutado estos mails o lo que hayan leído de ellos (lecturas interrumpidas, otro mal de la época) y, sobre todo, que se anoten Flaperas y filósofos entre las lecturas pendientes (lecturas pendientes, ilusión de la época).
Para despedirme (con un poquito de spoileo, anatema de la época), voy con un destacadito de frases o cosas que me gustan de cada uno de estos cuentos.
“El pirata de cabotaje”: Algo que Fitzgerald hacía muy bien (como poco más tarde lo haría Salinger) era retratar mujeres jóvenes, bellas y desdeñosas, chicas cuya indiferencia es el epítome de lo sexy: “Aunque tenía diecinueve años, daba la impresión de ser una chiquilla precoz e impetuosa y, en el esplendor actual de su juventud y belleza, todos los hombres y mujeres que había conocido no eran más que madera a la deriva en las ondulaciones de su temperamento.”
“El palacio de hielo”: Un detalle: “el ruido indignado de las ruedas” del auto. El auto es un dato central de la economía del siglo XX pero también de la literatura estadounidense del siglo XX. El auto es un símbolo del movimiento, de la libertad y del dinero, es el lugar del amor juvenil y también, como se ve en esa cita, una metáfora de los estados de ánimo. Un chico espera a una chica en el auto: en esa espera inicial parece contenerse la historia de amor.
“Cabeza y hombros”: Otra frase deliciosa de Fitzgerald: “Mayo les soltó una espléndida reprimenda a los parques y las aguas de Manhattan”. He aquí un consejo implícito de escritura: un tema clásico (el paso del tiempo a través de las estaciones) mezclado con la personificación de una palabra abstracta (“mayo”) siempre es un recurso potente. Lo difícil, claro, es aplicarlo en el momento indicado.
“El bol de cristal tallado”: Rescato otra frase de esas en las que siento que Fitzgerald consigue hablar con la ironía y el genio con los que hablaría un dios griego: “Irradiando esa vaguedad divina que contribuye a elevar la belleza fuera del tiempo”. La infidelidad femenina, desde Helena de Troya hasta Molly Bloom, mueve al mundo, o al menos a la literatura, o al menos a la literatura escrita por hombres. Otra cosita: el bol de cristal me hace acordar al Aleph de Borges; tiene una especie de poder visionario.
“Berenice se corta el pelo”: “La función principal de la platea era la crítica.” Además de todas las maravillas del cuento que intenté resumir en el mail de la semana pasada, ese inicio sarcástico con los adultos es una puñalada para cualquiera que haya pasado los cincuenta. El insolente Fitzgerald termina de hundirnos con esta frase: “A los dieciocho nuestras convicciones son colinas donde nos paramos a mirar; a los cuarenta y cinco, son cuevas donde nos escondemos”. Eso sí que dolió, Francis.
“Bendición”: Es quizás el cuento más extraño de la serie, uno en el que Fitzgerald introduce un tema tan norteamericano como el de la religión, que en ese mundo tan secular narrado por él parece como fuera de lugar. Es un retrato por momentos cómico pero por momentos solemne, que en el diálogo entre Lois y su hermano se pregunta por la naturaleza de la pedagogía, sobre si es la experiencia la que nos enseña o, por el contrario, son las personas que no han cometido errores quienes están en condiciones de enseñar. Es una gran pregunta que, por supuesto, no tiene respuesta.
“Dalrymple da un mal paso”: Es una fábula política mezclada con la idea de la identidad como ficción. Me gusta una frase: “Tomar atajos: las palabras empezaron a deshacerse formando curiosos fraseos, pedacitos iluminados de sí mismas. Se resolvieron en oraciones, cada una de las cuales tenía una resonancia extrañamente familiar.” Hermosa reflexión sobre el proceso de la emisión lingüística producida bajo emoción intensa.
“Los cuatro puños”: Quizás los dos últimos cuentos sean los más flojos de la serie. Tal vez porque responden a una tradición del cuento satírico del siglo XIX, al estilo de “Bartleby” de Herman Melville o “Rip Van Winkle” de Washington Irving. Estos dos cuentos se apartan un poco de la intensa marea realista de la década de 1920, en la que la realidad era tan vertiginosa que no era necesario inventar nada. Sin embargo, creo que justamente por ello, por su falsa apariencia de fábulas morales, es que amplían el registro del autor.
Hasta acá llego con estos comentarios. Gracias por acompañarme y gracias a Club Carbono por invitarme a compartir con tanta gente mi pasión por un libro que amo. Espero haber estado a la altura y haber generado en ustedes el deseo de leer este libro.
Saludos y nos vemos por ahí,
Santiago