Cartas a Gwen John #3

Defender la soledad

Queridxs del otro lado,

¿Ya empezaron a leer este maravilloso libro? Me gustaría creer que sí. Siento con ustedes algo parecido a lo que debió sentir Celia al escribirle  sus cartas a Gwen. Tiro estas palabras al aire sin estar segura de que vayan a ser leídas, sin esperar una respuesta a cambio pero con la certeza de que algo se va revelando mientras las escribo. Acumulé tantas notas, tantas cosas que me gustaría contarles, tanto que compartir sobre mi lectura pero tengo que elegir: nunca hay tiempo y espacio para todo. Celia Paul tiene una conciencia muy aguda de que esto es así.

En una de sus cartas, le dice a Gwen:

¿Por qué sentimos esta nostalgia, queridísima? ¿Has encontrado alguna vez la respuesta ¿Por qué se encarnan nuestros anhelos en “ellos”? ¿Por qué queremos bebernos de un trago ese veneno que solo ellos pueden ofrecernos? ¿Esa combinación letal entre cuidado paternal y desinterés? ¿Cómo aprendieron a elaborar esa mezcla? ¿Qué ganan cuando la ofrecen?

Las historias de amor de Celia Paul y Gwen John con Lucian Freud y August Rodin respectivamente fueron sellos de fuego en sus vidas. Ambas los conocieron como estudiantes en la Slade, posaron para ellos y, en cierto momento, vieron sus carreras como pintoras tambalearse por el veneno aplastante de sus relaciones.

Celia cuenta que Lucian solía compararla con Gwen John de una manera desfavorable para ella. A él le parecía hermoso que Gwen hubiera, al menos por un tiempo, renunciado a ser artista para ser su modelo porque eso era lo que la hacía feliz.

Celia también tuvo que aprender a renunciar. Cuando quedó embarazada de Lucian, decidió que dejaría a su bebé al cuidado de su madre en Cambridge para volver a Londres y concentrarse en la pintura. Cuando estaba con mi hijo, solo podía pensar en él. Si él estaba conmigo, no podía trabajar.

Ahí el espejo con Gwen, que nunca fue madre, se rompe. En una de sus cartas le dice: Cuando estabas en plena relación con Rodin, dejaste la pintura porque querías entregarte al amor. Todas tus decisiones tuvieron algo de terminante. Yo, en cambio, siempre estuve en conflicto, dividida entre deseos opuestos: amar y ser amada o estar sola. Para preservar mi propio espacio tuve que ser despiadada, pero las barreras que levanté frente al mundo exterior nunca fueron tan confiables como las tuyas.

No imagino a Lucian Freud ni a August Rodin teniendo que dividirse así. Ellos solo necesitaban de una audiencia que los admirara. Ellas necesitaron defender su soledad para poder crear. En otra de sus cartas Celia le dice a Gwen: Has contado que preferías vivir tu vida en las sombras. Vivimos eclipsadas porque lo elegimos. Si no nos ven, podemos ser libres.

La artista contemporánea Lenka Clayton tiene una serie de videos, The distance i can be from my son, en los que mide cuál es la distancia máxima a la que puede estar de su hijo dependiendo del contexto y el lugar. Estos videos son parte de un proyecto colectivo, An Artist Residency in Motherhood, en el que reúne madres-artistas de todo el mundo para incentivarse entre sí a crear y seguir con su vida artística incorporando en ella a la maternidad.

Celia no tuvo nada de esto pero sí tuvo un cuarto propio a 100 km de donde vivía su hijo.

En una de sus cartas le cuenta a Gwen:

Hace treinta y ocho años que vivo en este lugar y con tal de repeler intrusos potenciales me ocupé de que sea muy poco hospitalario. No hay ningún espacio cómodo donde sentarse, no tengo cortinas ni vidrios dobles, no tengo televisor, no cuelgo cuadros en las paredes, no hay plantas de interior o jarrones con flores. Las habitaciones están vacías.

Un estudio inhóspito del que ni Lucian ni su marido Steven, con el pasó casi toda su vida, tuvieron nunca llaves. Un lugar habitado solamente por ella y su pintura.

Les escribo en breve.

Con un apretón de manos,

Ana.