Cartas a Gwen John #4

Ventanas ajenas

 Queridxs del otro lado,

¿Qué es lo que nos prende tanto a espiar la vida de estas pintoras? Es algo que me pregunto cuando pasan las horas y no puedo soltar el libro. Les escribo desde el silencio de las sierras, me alejé de la ciudad por unos días. Hoy está gris helado y prendimos la salamandra. El clima ideal para seguir con la lectura. Algo que me tiene prendida a este libro es, sin duda, su tono. Celia Paul nos somete a un tiempo pausado. Leerla es entrar en una especie de estado de meditación.

En una de sus cartas le dice a Gwen:

El mundo ha sufrido muchas transformaciones durante todos los años que he vivido en mi estudio. Pero mi vida interior sigue siendo la misma.

Esa vida interior, que se despliega mediante su tono tranquilo y preciso, nos envuelve estemos donde estemos. Empecé a leer Cartas a Gwen John en un subte repleto en hora pico y sus imágenes me aislaron de la inmediatez de la ciudad.

La tensión entre el caos de la ciudad y la calma de la naturaleza atraviesa la escritura y las pinturas de Celia.

En una de sus cartas le cuenta a Gwen sobre las colinas de Preseli, un lugar en la naturaleza al que suele ir con su hermana. Le dice:

 Todas las mañanas abría los ojos y decía: Esto es lo que quiero. (…) Me he jactado de mi capacidad para preservarme en medio del tumulto que rodea mi departamento del centro de Londres, para cultivar el silencio interior y proteger mi espacio de eventuales intrusiones. (…) Me pregunto si todos esos ruidos a los que me había acostumbrado no me habrán inhibido, si no explican la tensión excesiva de mis cuadros.

También pintó un cuadro de esa vista de su estudio de verano, desde donde podía ver el mar y el cielo.

Al igual que Celia, pienso muy seguido en cómo el paisaje caótico en el que vivo moldea mi subjetividad. Una tarde gris de horas chiclosas en mi oficina sin ventanas en el centro de la ciudad descubrí esta web de ventanas por el mundo en la que distintas personas filman con una cámara fija lo que se ve desde sus ventanas. La web nos recibe con un botón: abrir una ventana nueva en algún lugar del mundo. Ahora, por ejemplo, entro y estamos en la casa de Eleonore en los Alpes franceses. Hay nieve que cubre las montañas y un poco de sol en lo alto de los picos. El ruido ambiente es el sonido hipnótico de la nieve al caer. Clickeo y cambio a la vista de JD en Manila, Filipinas. Es de noche y vemos un rascacielos iluminado con luces de led. Se escuchan sirenas y autos pasando muy rápido, el ruido de una ciudad en movimiento. Doy otro click y estamos en la ventana de Vai en Singapur. Acá solo vemos un patio, que podría ser en cualquier otro lado, y un gato que se lame al sol. De fondo se escucha música, creo que es Taylor Swift. Lo que suena en lo de Val mientras filma. Podría pasar horas mirando estas ventanas, trasladándome a esas casas lejanas, tratando de adivinar qué hay del otro lado de quienes filman sus vistas para compartir. Como en las cartas de Celia a Gwen, acá también opera el contraste entre la calma de los lugares tranquilos y la locura de la ciudad alborotada.

En el final del libro Celia viaja por unos días a las colinas de Preseli. Desde ahí le escribe a Gwen una especie de carta diario, un día a día con sus horas calmas en la naturaleza. Leo este último fragmento lejos de mi ciudad, en la tranquilidad de lo alto de la sierra y me siento, una vez más, espejada con Celia.

Quisiera que este libro no se termine nunca. Me apena que deje de acompañarme.

Me despido queridxs, fue muy lindo compartir este intercambio silencioso con ustedes. Ojalá que espiar juntxs por estas ventanas haya sido transformador para ustedes también.

Con un apretón de manos,

Ana.