Hablemos de las vidas posibles de un libro. Momentos estelares de la humanidad tuvo muchas reencarnaciones, varias ediciones en las que fue cambiando su fisonomía, a las que se iban incorporando relatos hasta llegar a la forma que conocemos hoy.
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La primera edición fue en 1927. Contenía cinco capítulos: Waterloo, la Fiebre del Oro, Goethe, Dostoievski y la derrota del capitán Scott por llegar primero al Polo Sur. En 1943, el libro tomó una nueva forma. Con Stefan Zweig muerto, la edición póstuma agregó siete capítulos. El libro se establece como un clásico. En 1964, una nueva edición le proporciona su conformación definitiva con el agregado de los últimos dos textos: el de Cicerón y el llamado “El Fracaso de Wilson”.
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La incorporación de los nuevos capítulos tras el suicidio de Zweig no fue producto de la voracidad de algún editor, que intentó engordar la obra del autor.
Según consta en los Diarios de Stefan Zweig (Acantilado, 2021), el autor concibió cada uno de estos textos como parte del libro. La gran mayoría fueron publicados inicialmente en publicaciones periódicas de la época, en diarios y revistas. Pero nacieron integrando esta serie; Zweig pensó el lugar que iban a tener en las nuevas ediciones. Fueron escritos como Momentos Estelares, como parte de la saga.
Según consta en los Diarios de Stefan Zweig (Acantilado, 2021), el autor concibió cada uno de estos textos como parte del libro. La gran mayoría fueron publicados inicialmente en publicaciones periódicas de la época, en diarios y revistas. Pero nacieron integrando esta serie; Zweig pensó el lugar que iban a tener en las nuevas ediciones. Fueron escritos como Momentos Estelares, como parte de la saga.
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Los editores, con el tiempo, tomaron una decisión sensata. Y en vez de respetar el orden en que fueran incorporados al libro, o en que fueron escritos, se los ordenó de manera cronológica. De este modo, las dos últimas incorporaciones, los dos últimos hallazgos, son los que abren y cierran el texto definitivo.
El primer texto que escribió fue El minuto universal de Waterloo. En su versión primigenia se llamaba Grouchy; apareció el 13 de septiembre de 1913 en un periódico vienés. En su diario Zweig se muestra disconforme. Escribe que le resulta vacío, falto de ritmo. Pero para al escritor en formación lo que más le preocupa es que no halla su voz: “En estos momentos no tengo un estilo sólido, lo adapto al tema (del mismo modo que me amoldo demasiado a la conversación, soy una especie de eco anticipado)”.
Sabe que tiene entre manos una buena idea. Pero todavía no llegó al tono adecuado. Todavía su estilo es dubitativo, demasiado fluctuante, le falta la fluidez, la consistencia y la tridimensionalidad que tendrán las versiones finales.
El primer texto que escribió fue El minuto universal de Waterloo. En su versión primigenia se llamaba Grouchy; apareció el 13 de septiembre de 1913 en un periódico vienés. En su diario Zweig se muestra disconforme. Escribe que le resulta vacío, falto de ritmo. Pero para al escritor en formación lo que más le preocupa es que no halla su voz: “En estos momentos no tengo un estilo sólido, lo adapto al tema (del mismo modo que me amoldo demasiado a la conversación, soy una especie de eco anticipado)”.
Sabe que tiene entre manos una buena idea. Pero todavía no llegó al tono adecuado. Todavía su estilo es dubitativo, demasiado fluctuante, le falta la fluidez, la consistencia y la tridimensionalidad que tendrán las versiones finales.
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Si continuamos indagando en el diario descubrimos que, a fines de noviembre de 1917, a través de una conversación en un café con el político y poeta francés Henri Guilbeaux se entera del viaje de Lenin en un tren blindado por Alemania hasta llegar a Rusia. A partir de esa charla, la historia queda merodeándolo. Ya la eligió, sólo tiene que esperar que madure, que encuentre el corazón del relato para poder escribirlo. Ese será otro de los Momentos Estelares sobre los que escribirá.
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En otras entradas, resalta algún episodio o algún personaje, con la intención de incorporarlo a su libro vitalicio; algunos de ellos nunca los llegó a escribir. Por ejemplo, la historia de Pedro Sarmiento, a quien sólo le dedicó unos párrafos en su biografía de Magallanes; es posible que la restricción que se impuso en su Magallanes fue nada más que reservarse al personaje para ese libro que alimentaba con los años.
Los primeros registros del trabajo en estos textos son de 1912. En las últimas semanas en Brasil, seguía trabajando en algunos de ellos. Zweig escribió estos Momentos Estelares a lo largo de tres décadas. Es un trabajo paciente. Sabía que tenía entre manos una gran obra y que debía cuidarla.
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Al final de cada año se publican artículos algo excitados sobre los autores que ingresan en el dominio público a partir del 1 de enero y de los que cualquier editor puede publicar su obra. Sin embargo, con la limitación de que deben haber transcurrido 75 años desde su muerte, muchos de esos escritores son atractivos desde el nombre, desde la evocación, pero no así cuando uno se sumerge en su obra. Quedaron fechados, algo antiguos y no generan en el lector actual ningún interés. Eso que a simple vista parece una gran oportunidad, termina siendo para los editores una condena. Pueden disponer de los derechos de obras de autores que quedaron en el pasado, que se volvieron ilegibles para los lectores de hoy.
Hace poco quedó liberada la obra de André Gide: sus Diarios son una obra inexpugnable, lo mismo Los monederos falsos; el resto no atrae a los lectores. Así pasa con muchos otros escritores.
Hace poco quedó liberada la obra de André Gide: sus Diarios son una obra inexpugnable, lo mismo Los monederos falsos; el resto no atrae a los lectores. Así pasa con muchos otros escritores.
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Con Zweig no sucede lo mismo. Sus textos son un prodigio de perdurabilidad. Nada los avejentó. Por eso la avalancha de reediciones. Y por eso, claro, la recepción del público. Zweig sigue teniendo lectores, sigue cautivando nuevos lectores. Una partida de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Mendel el de los libros o El mundo de ayer son obras que permanecen actuales y siguen deslumbrando como en el día de su primera edición.
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Circulan muchas ediciones de Momentos estelares de la humanidad. Esta que leemos nosotros, la de Godot, cuenta con una traducción ejemplar de Maia Avruj. Sin ripios, sin localismos, ni lenguaje artificialmente neutral, le hace honor a la prosa de Zweig, una urdida pero plácida y armónica construcción intelectual. En el austríaco no sólo importa lo que muestra, también lo hace su capacidad de puesta en escena, sus magníficas escenas, las ideas que subyacen y, por supuesto, el lenguaje prístino, preciso, irremplazable.