Izquierda y derecha #4

Joseph Roth fue testigo de un mundo en decadencia. Pero no cayó por eso en una suerte de escritura triste: su melancolía tiene más que ver con cierto modo de la saudade brasileña, si habría que arrojar un paralelismo exagerado y localista. O de la manera cómica y reflexiva que encontramos en el pensamiento religioso cuando juega con el límite de ver la tragedia de la vida como un chiste. Casi se podría decir: un fatalista alegre. Eso se vuelve muy evidente en otros libros de Roth, como Job o La rebelión, libros cargados de una perspectiva humanista afincada en el mundo del siglo XIX, pero dispuesta de manera incómoda (entiéndase, crítica) en las primeras décadas del siglo XX. Quizás el mejor personaje que se acomode al perfil acerca de la vida misma de Roth sea el del protagonista de La leyenda del santo bebedor (que, en nuestros días, se puede conseguir en la editorial artesanal Buchwald junto con otros libros de este autor).
 
Allí, Andreas, un vagabundo, recibe de un señor adinerado doscientos francos. No se sabe por qué ese hombre le dejaría a él esa cantidad de plata. Una que incomoda. Un borracho con honor, se sabe, muta su tozudez en virtud. Andreas promete devolverle el dinero a este buen hombre, pero el señor, que también vive como él debajo de un puente parisino distinto cada noche, le dice que, cuando junte ese monto, en lugar de buscarlo a él, se lo entregue al sacerdote de la capilla Sainte-Marie de Batignolles. El hombre de dinero que ayuda al vagabundo le dice que se convirtió al cristianismo luego de escuchar la historia de santa Teresa de Lisieux. Si hay alguien a quien devolverle esos doscientos francos es a ella. El hombre bien vestido se retira, el vagabundo va a pegarse un atracón de comida, pero anota, como puede, en un papel, el monto y el nombre de santa Teresita.
 
¿Qué lugar auténtico tiene esta deuda contraída? En la París de 1934, el misterio de la vida humana, el azar, la casualidad, se inviste de un ropaje de milagro para evidenciar que la vida humana está desprovista de un sentido lógico. Que lo que hoy es una nación, mañana puede ser un bloque sin identidad que deja huérfanos a quienes fatigaron sus calles. Que la riqueza puede llegar de manera abrupta sin tener nada que ver con nuestra capacidad de trabajo. Que, como el Job bíblico, lo más importante es saber medir con paciencia que nada en la existencia tiene por qué seguir una causa primera comprensible. Podemos ser víctimas de los desastres más tremendos sólo porque el Diablo tiene ganas de apostarle a Dios la fidelidad de su mejor siervo. La historia es siempre la misma y se volverá a contar una y otra vez mientras haya humanidad: alguien es sometido a algo que no controla y tiene que ver qué hace con eso. Joseph Roth hizo girar su literatura sobre este complicado centro: realmente, no sabemos lo que nos puede suceder.
 
Las figuras divinas son representaciones antropomórficas de esta profunda ignorancia que es tanto veneno como remedio, en todo caso. Joseph Roth murió en París, Francia, en 1939, viviendo en hoteles y añorando un Imperio que fue su hogar, pero que resultó tragado por la guerra y los caprichos de fuerzas terrenas que se creen, a veces, divinas. Muchas fueron las palabras que escribió, muchas las obras, tanto periodísticas como literarias, sólo para mostrarnos algo que constituye la verdad primera del sabio. Joseph Roth escribió todo lo que escribió sólo para decir, en el fondo: No sé.