En Bibliotecas, Martín Kohan escribe que en los estantes “… en rigor de verdad [lo que] se atesora no son exactamente los libros sino, con ellos, las lecturas que de ellos se han hecho, las lecturas que en ellos se han hecho”.
Al menos, dice, para los que —como yo y posiblemente como muchos de ustedes— leer implica subrayar.
La biblioteca vista como un proceso, como una evolución, y no como un conjunto de cosas estáticas, es una idea que atraviesa este libro.
“Mi biblioteca”, escribe Jorge Carrión, “no solo es mi memoria externa, el cronograma de mi vida, el mural envolvente donde veo puntos que se corresponden con viajes, lecturas, ideas, encuentros, cada uno con su fecha y con su carga emocional: también es un ser con el que convivo desde hace treinta años”.
Carrión agrega que ese ser de papel fue creciendo mientras lo hacía él mismo, en una simbiosis que benefició a ambos.
Pero volvamos a Kohan y al acto de subrayar. Sigue así: “… se lee subrayando, porque se lee al subrayar, porque leer y subrayar se fusionan. Subrayar es trazar en las páginas escritas las marcas de la propia lectura (un atisbo de escritura como parte de la lectura misma), zonas de condensación de sentido, recorridos de la significación, énfasis, conexiones, subtextos”.
Por supuesto, coincido al punto de haber subrayado todo el párrafo anterior. Revisando mi lectura de Bibliotecas, encuentro otros trazos de mi lápiz, como por ejemplo:
* “… mis libros son también mis maestros” (María Sonia Cristoff)
* “Por muchos años mi biblioteca estuvo en mi cabeza” (Selva Almada)
* “Los lectores somos ciborgs, criaturas donde convergen la biología y la tecnología” (Jorge Carrión)
* “Tu hijo ya tiene más libros de los que nunca tuvo Sor Juana, me dijo hace poco mi tía Marisa” (Jazmina Barrera)
* “… las bibliotecas son un fantasma…” (Mercedes Halfon)
Subrayar es una forma de imaginar y de pensar. En una entrevista de SIE7E PÁRRAFOS le pregunté a Mariana Enríquez qué acciones alimentaban su imaginación. “Leer mucho, subrayar, copiar, leer poesía, leer cosas que no me gustan para saber lo que me gusta”, me dijo (entre otras cosas).
Según GQ, un gran subrayador que llenó de garabatos, anotaciones y de pequeños dibujos de insectos su ejemplar de La metamorfosis de Kafka, fue Vladimir Nabokov. Subrayar es uno de los varios placeres de la lectura, quizás uno demasiado serio: otro no tan serio es hacer dibujitos y tonterías al margen.
Luego, en 2016 hubo un ciclo de conversaciones públicas en el Malba sobre el acto de subrayar libros: “Libro marcado”, presentado por Cecilia Szperling. La consigna era trazar una autobiografía del lector a través de las marcas propias en los libros; el artista Eduardo Stupía dijo en ese ciclo: “Cuando marco algo de un libro, me doy cuenta de que el marcado soy yo, que hay libros que me marcaron”.
Quizás por eso mismo, o por algo parecido, María Moreno eligió Subrayados como título para uno de sus libros.
Subrayar es poner en movimiento las palabras, y no me resulta difícil recordar algunos de los volúmenes que más subrayé en mi vida (juro que los traigo de mi memoria, no me estoy fijando en ningún lado):
* Sociolingüística histórica de las lenguas judías, de Cyril Aslanov —probablemente el que más marqué a lo largo de los años.
* Almirante Cero: Biografía no autorizada de Emilio Eduardo Massera, de Claudio Uriarte
* El arte de la quietud: La aventura de no ir a ninguna parte, de Pico Iyer
* Lacrónica, de Martín Caparrós.
¿Cuáles son los suyos?