Cuando sea grande me gustaría escribir mails que analicen más los libros. Bueno, la verdad no. Pero a veces me pregunto si se entenderán las relaciones que quiero sugerir. Porque tampoco me sale más que eso, una sugerencia apenas. El rozar de una idea pero no la idea. Arrancó raro el mail ¿no? Cuando sea grande me gustaría no empezar raro los mails… bueno, tampoco.
***
Leyendo El mar interior recordé algunas anécdotas de un viaje por Europa que hice con unos amigos al terminar el secundario. En general mi memoria es tan mala que tengo que mandarles un mensajito para confirmar que eso que recuerdo pasó realmente, o mismo para que me digan en dónde era. Con este no tuve mucha suerte, el que más se acordaba era yo: caminábamos por la calle de alguna ciudad junto a unos amigos de mis amigos que nos habíamos cruzado; cuando uno dijo, medio indignado, que el otro día un tranvía se le había tirado encima. Nos reímos; no había forma de que entendiera que el tranvía no podía “tirársele encima”, que el que se había atravesado por las vías había sido él.
Cuando leí el principio de la novela de Matías Capelli pensaba en eso, en que un tranvía llevándose puesto a alguien tiene que ser la metáfora de algo. Ya sé que constantemente hay accidentes con trenes, cosa que por otro lado no deja de sorprenderme (tengo la teoría que de existir un consorcio galáctico de civilizaciones planetarias la forma para saber si un mundo está listo para unirse es que en ese planeta ya no sucedan accidentes con trenes). Me refiero a que el tranvía pareciera ser otra cosa, algo más vivo e integrado con el paisaje. Casi como si lo que te estuviera atropellando fuera la ciudad.
Otra cosa que recordé fue que con uno de mis amigos fuimos a un teatro en Viena a ver la ópera de Mozart La flauta mágica, interpretada con marionetas. Nos pasó lo mismo que a Milton y Rut cuando fueron al Museo del Cine a ver esa película japonesa con subtítulos en holandés. No entendíamos nada de lo que se decía. Aprovechábamos los intervalos para comentarnos cada uno qué creíamos que había pasado.
Siempre hay una historia. Si por alguna razón la historia que está fuera se vuelve inaccesible, lo que toma forma es la historia dentro nuestro. Vale para un libro que pareciera no tener trama también. Vale para todo. Si está bien hecho, algo siempre va a suceder.
Otra cosa que me pasó —y que me acordé hoy cuando estaba escribiendo este mail y leí algo que posteó Juan en el grupo de Facebook— es que por alguna razón que no logro entender pasé gran parte del viaje angustiado. No es que la pasé mal, más bien todo lo contrario, fue un viaje maravilloso. Era una angustia muy específica y que convivía con la felicidad de viajar con mis amigos. Era una pasa de uva en algún lugar del pecho cada vez que pensaba si podría vivir en esa ciudad que visitábamos. Una sensación rara, como si a esa experiencia turística la cargara con el peso de lo existencial. En el posteo Juan decía que la novela lo hizo pensar en el lugar o la función que ocupamos en la sociedad. “¿Quién dijo que venimos a ocupar una función en este mundo?”
Creo que había algo de eso; y al igual que el final del libro con esa carrera en bicicleta, todo se desanudó cuando hice las pases con el paisaje, cuando pude sentir que de alguna manera nos movíamos hacia el mismo lado.
***
Bueno, ahí tienen, otro mail raro que roza la idea de una idea. Ojalá les haya sumado algo a la lectura del libro.
A veces pienso que la pregunta ¿para qué leemos? tiene dos millones de respuestas posibles, todas correctas, todas verdaderas. Una de esas podría ser: leemos para volver a mirar nuestras vidas desde la óptica del libro.
***
Estos son los próximos libros que vamos a leer en el club en los próximos meses:
Marzo
Signos de civilización de Bård Borch Michalsen, publicado por Ediciones Godot.
Abril
Criaturas dispersas de Natalia Gelós, publicado por Leteo.
Mayo
Grabado en Estudios Panda de Nicolás Igarzábal, publicado por Gourmet Musical.
Junio
Contacto de Edgardo Scott, publicado por Ediciones Godot.
Nos vemos el domingo en la bandeja de entrada.
Abrazo
Sebastián Lidijover