Tercera semana de la lectura en conjunto de El mar interior de Matías Capelli. Les quería avisar que este mes no haré un Zoom el último domingo. Hecho el aviso, vamos a lo nuestro.
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Estuve leyendo un poco la web del autor que se menciona en la solapa del libro, donde hay varios artículos y ensayos que fue publicando a lo largo de los años. Me encontré con esto que escribió como introducción a una nota de mayo del 2020 para Radar:
Debe existir, en alemán, una palabra que describa lo que siente una persona que vuelve a vivir a su país natal. Peor que el error de irse a vivir al extranjero, escribió, creo, Sergio Chefjec, es el de volver.
Perdón, no quiero que suene melodramático. Lo mío habían sido tres años viviendo en Ámsterdam con mi pareja. En julio de 2016 estábamos de nuevo en Buenos Aires los dos. Estaba seguro de que volver no había sido un error, pero no fue fácil. La prueba de fuego, que supuestamente había sido vivir solos afuera durante tres años, se estaba revelando en realidad el vivir juntos acá. O habían sido dos pruebas de fuego distintas. Una rodeados de extraños, la segunda, de eso que llaman fuego amigo.
Se los quería compartir porque es como un vistazo íntimo a la novela que, imagino, para esa fecha todavía no existía como tal. O quizás sí, vaya uno a saber.
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Alguna vez quise escribir una obra de marionetas. Como buen hombre de principios, solo quedó en eso, unas pocas páginas con el principio. Comenzaba con los actores, las marionetas aparecían un poco después. Veíamos a un rey indignado, gritándole a uno de sus súbditos. Estaba enojado porque había llegado un extranjero que afirmaba que nadie en ese reino era gigante. Justamente le decía esto al Rey de la Montaña, una tierra en donde todo y todos eran gigantes. O por lo menos, era lo que ellos afirmaban. El rey refunfuñaba que claro, siendo el castillo gigante, con las ventanas, las puertas, las sillas y todos los muebles gigantes, era difícil darse cuenta, por un tema de perspectiva. En todo caso lo que sucedía era que el extranjero era él mismo un gigante y lo ignoraba. Pero el extranjero juraba que no, que él no era gigante y dado que todos ellos medían lo mismo que él, nadie en esa tierra lo era. Un escándalo.
Para buscar una solución el rey mandaba a llamar a los sabios del reino. Mientras esperaban que llegaran, el rey le pedía al extranjero que cuente su historia, de dónde venía. Cuando empieza a pronunciar las primeras palabras el rey lo calla y le dice que así no, que en la tierra de los gigantes las palabras también son gigantes y que acá, para contar historias, deben utilizar lo siguiente, y saca de un mueble una marioneta idéntica al extranjero. Se la entrega y ahí es cuando comenzaba la obra de marionetas.
Y también ahí es cuando dejé de escribirla. Lo dicho, un hombre de principios.
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En la contratapa de El mar interior se dice que la novela propone “una reflexión sobre la intimidad y los registros de lo íntimo”. Pensaba en esto y en otras novelas que leí y se me ocurría una tesis: para poder retratar la intimidad es necesario apoyarse en el paisaje, describir y abarcar una geografía. Lo necesitamos para poder apreciar, en ese juego de perspectivas, la verdadera dimensión de lo íntimo. Y también porque algo de la inmensidad del paisaje se traslada a eso pequeño que nos están contando.
Nos vemos el domingo en la bandeja de entrada.
Abrazo
Sebastián Lidijover