Criaturas dispersas #3

“Somos raros los humanos. Rompemos, tratamos de reparar, volvemos a romper”.
 
Amo esa frase de Natalia Gelós de Criaturas dispersas. Es del capítulo que habla sobre la importancia de las abejas, de su (preocupante) desaparición, y de cómo unos productores agrícolas del sudoeste de China decidieron realizar el trabajo de polinización ellos mismos, artesanalmente. Si alguna vez volvemos a mandar una sonda Voyager al espacio debería llevar ese único mensaje. Sería una gran frase de presentación.
 
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Ya dije en el primer mail que los textos tenían algo de postales. Una idea de evocación. De mensaje enviado. Un libro que se lee como si se estuviera observando. Más miramos, más nos reconocemos en esas historias.
 
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En esta máquina de evocar que es Criaturas dispersas no pude evitar que mi cabeza se fuera a otros lugares, que buscara relaciones. Me sucedió, por ejemplo, con el capítulo de la nena de cuatro años que se pierde al seguir a su mamá, quien había ido al cerro a buscar a las cabras y que no sabía que su hija la estaba siguiendo. Pasó toda una noche sola, resguarda en el calor de unas ovejas y otros animales que la protegieron en la noche helada. 
 
Cuando leía esta historia recordé una noticia que me enteré hace poco, algo que ocurrió en Japón en 2016: un niño que estuvo perdido por seis días enteros en los bosques de Hokkaido. Lo tremendo de la historia es cómo se perdió. Yamato Tanooka, de siete años, pasó un día de campo junto a sus padres. Se portaba mal, tiraba piedras a los vehículos y molestaba a la gente. A la tarde, cuando iban en el auto, los padres decidieron castigarlo, para que aprendiera a portarse mejor. Lo hicieron bajar del auto y simularon irse. Avanzaron lo suficiente para que su hijo pensara que realmente lo estaban abandonando. Volvieron a los cinco minutos, con la ilusión de que su hijo hubiera aprendido la lección, pero se encontraron con que su hijo ya no estaba. Luego de seis días y un importantísimo operativo de búsqueda, lo encontraron. Milagrosamente, en buen estado de salud.
 
Somos raros los humanos. Rompemos, tratamos de reparar, volvemos a romper.
 
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El capítulo de la jauría de Tierra del Fuego, especialmente la forma de describir a esos perros “asilvestrados”, me hizo acordar a un relato que leímos acá en el club:
 
Hay juntas para tratar de detenerlos, estudios, documentales. Dicen que hieren o matan al ganado y que prefieren las ovejas. Hay fotos… Casi nunca matan para comer, también dicen. A veces, atacan a humanos. Una vez por semana llega alguien al hospital con una mordida. Asechan. Se están transformando en otra cosa. O vuelven algún lugar del que alguna vez se apartaron, a un estado inicial, primitivo ¿Acaso nos preguntamos cuándo empezó todo? ¿Cuándo fue que esos animales que aullaban a la luna y deambulaban en manada pasaron a usar mantas de polar color rosa chicle, a obedecer órdenes y a participar, incluso, en concursos de belleza?
La gente de los campos sale a cazarlos. Ayudados de otros perros. Los que se quedaron de este lado. Hay una guerra silenciosa.
 
Convertimos a los lobos en perros y luego a los perros en lobos. No sería extraño que uno de ellos se hubiera convertido en humano y tiempo después, recostado en la cama, le confesase a su esposa su pasado perruno: Nos brillaban los ojos, ganados por una nueva profundidad. Ladrábamos, gruñíamos, barbotábamos intentando una y otra vez dar con la nota exacta, una nota capaz de remontarse miles de años hasta nuestros orígenes (cita del cuento “Vida de perro”, de Mark Strand).
 
Somo raros. Rompemos, tratamos de reparar, volvemos a romper.
 
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Quizás se trate de aceptar que somos eso y que lo único que está verdaderamente en nuestras manos es cuánto tiempo vamos a dedicar en tratar de reparar.
 
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La semana que viene es la última semana de la lectura del libro de Criaturas dispersas. Se me ocurrió una idea para hacer algo distinto. El próximo domingo, como veníamos haciendo la última semana de cada mes, habrá un Zoom, pero esta vez no voy a estar yo. Les voy a dejar el espacio para que charlen entre ustedes. La idea es que aprovechen a conocerse. Pueden hablar del libro o de lo que tengan ganas. Después me cuentan cómo les resulta.
 
El link del Zoom se los armo yo, se los voy a pasar el domingo que viene.
 
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Por último, les recuerdo que el libro que vamos a leer en mayo es Grabado en Estudios Panda de Nicolás Igarzábal, publicado por Gourmet Musical.
Nos vemos el domingo en la bandeja de entrada. 
Abrazo
 
Sebastián Lidijover