Contacto #3

Tercera semana sobre Contacto de Edgardo Scott. La que viene será la última en que voy a escribir yo, en julio comenzamos con la nueva etapa del club. Al final del mail les detallo cuál será la lectura del próximo mes y quién va a estar escribiendo esos mails.
 
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Mientras releía capítulos del libro pensaba en la destreza que tiene Edgardo Scott no solo para hilar temas tan distintos —canciones, pinturas, poemas, películas— sino también para que ninguna de esas referencias se vuelva algo que te expulsa. Parece algo simple pero es todo un arte. Mencionar una canción o la escena de una película y que no haga falta que la conozcas, que todo lo que necesites para entender esa conexión esté delante de tus ojos, convertido en palabras.
 
Hace poco, en un almuerzo, alguien que vio para dónde iba la conversación pidió que no nos pongamos a hablar de series. Y tenía razón: enseguida hubiera dejado de ser una charla para convertirse en un monólogo de fanáticos. Porque abrir temas y mantener a todas las personas dentro es un arte. Porque, como dice Edgardo Scott citando a Montaigne: “la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”.
 
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Contacto es uno de esos libros que se leen y a la vez, casi involuntariamente, se continúan escribiendo en nuestras propias cabezas; como si pudiéramos agregar páginas con nuestras experiencias.
 
El recuerdo de una de las pocas fiestas de bailar de cuando iba a la primaria. El living de la casa de alguno de mis compañeros. Música. Una hilera de chicas, una al lado de la otra. En frente de cada una, a algo así como un metro y medio de distancia, la hilera de varones. Bailábamos. Una forma generosa de llamar a esos movimientos que se asemejaban más a caminar en el lugar. El cuerpo mirando hacia adelante, hacia nuestra pareja, pero la cabeza girada buscando la complicidad y la charla con el compañero que teníamos al lado. Las formas del contacto de la infancia. Años después Sergio Dalma se iba a encargar de explicarnos que eso no era bailar. Que bailar de lejos, no es bailar. Que bailar pegados es bailar, igual que baila el mar, con los delfines.
 
(Sí, acabo de escribir esto en un mail de un club de lectura).
 
Otra párrafo que redacto en mi cabeza mientras leo el capítulo sobre las manos:
 
No logro imaginar ninguna instancia en que alguien pueda tocar el dorso de la mano de otra persona y que no involucre amor (en cualquiera de sus formas y matices). La cercanía que tiene que haber para que alguien deposite su mano sobre el dorso de la nuestra. Una superficie del cuerpo que está continuamente expuesta y al alcance pero que así y todo apenas si tiene algún contacto durante el día.
 
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Ya figura en nuestra web cuál va a ser la lectura de julio: vamos a leer La muerte y la primavera de Mercè Rodoreda, publicado por Club Editor. Y quien va a estar escribiendo los mails durante ese mes será Nicolás Artusi.
 
Nos vemos el domingo en la bandeja de entrada. 
Abrazo
 
Sebastián Lidijover