Este tercer domingo platense toca hablar de “El hombre que se rascaba la cabeza”, “Desplumando la serpiente emplumada” y “Jimmy & su postrecito fantasma”, anteúltimo bloque de cuentos de Una canción que dure para siempre.
El primer cuento transcurre frente a la estación provincial de Meridiano V. Desde ahí, a una cuadra en realidad, se inicia el recorrido del TALP, el micro (no colectivo: micro, así los llamamos en La Plata, como ramblas a los bulevares o pollajerías a las pollerías) que después de un largo recorrido vía La Matanza termina su recorrido en San Isidro. Para mí es un recuerdo amargo: en esa época estaba deprimido y rompía ventanas a puñetazo limpio. Vivía con un amigo que no entendía por qué lo hacía y se desesperaba; nunca pude explicarle y ahora ese amigo está muerto. Entiendo al hombre que se rascaba la cabeza: hay dolores que simplemente no se pueden verbalizar.
Tanto en “Desplumando la serpiente emplumada” como en “Jimmy & su postrecito fantasma”, como en otros cuentos antes y después, Santiago Featherston inventa obras dentro de las obras. A veces es una película, como “El beso de la mujer foca”, pero por lo general son manuscritos. No debería sorprendernos, porque el corazón verdadero de este libro es lo que los alemanes llamarían Künstlerroman: una novela de aprendizaje de artista, es decir cómo el artista llega a ser lo que es, que suele ser la experiencia del sufrimiento.
Al que le gustaba meter muchos manuscritos dentro de los suyos era a Salinger, a quien mencioné la semana pasada. La comunicación es central para sus personajes, pero en vez de comunicarse directamente lo hacen de manera lateral a través de cartas viejas, diarios íntimos, mensajes escritos con labial en el espejo. En uno de sus mejores cuentos, “Para Esmé, con amor y sordidez”, un soldado norteamericano lee una anotación que dejó una alemana en el margen de un libro de Dostoievski. El soldado le responde por escrito solo para descubrir que su caligrafía temblorosa es demasiado ilegible. La alemana a esa altura debe estar presa o muerta, y probablemente nunca regrese a abrir ese libro, y sin embargo es el mayor momento de comunión del soldado con un semejante en todo el último año.
Mientras leía, me creía el más capo por haber notado ese vínculo constante entre Featherston y Salinger, como los personajes al borde de la madurez. Es el caso de Muriel Leroi, del primer cuento; es un nombre salingeriano: así se llama la esposa de Seymour Glass. Claro que después leí “Desplumando la serpiente emplumada” y me sentí un boludo porque el recurso de Featherston de canalizar a Salinger está transparentado: el narrador le menciona un cuento que le gustó especialmente (es fácil identificar que es “Para Esmé”) y Patrick lo frena en seco. A pesar de tomarse el pelo a sí mismo, el cuento replica la estructura del de Salinger, ya que ambos terminan con la carta que un americano recibe de Inglaterra. Y de fondo, la inundación de La Plata, que es nuestra Normandía llena de muertos flotando en el agua.
La antología de la que participa el narrador es real y se llama La Plata Spoon River y está basada en la obra maestra Antología Spoon River de Edgar Lee Masters. No les voy a compartir el link para no deschavar a Santiago, que seguramente le causará poca gracia ver que alguien señala uno de sus poemas como quien tira una piedra, pero sí les voy a decir que se encuentra fácil en internet y que incluye un par de versos que van a reconocer.