Hoy escribe: Nicolás Igarzábal
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Me tomo el 53 en Flores y bajo en Constitución. Camino por Salta hasta Estados Unidos y llego a la esquina de Cemento. Adentro es un mundo de gente, humo y acoples. Hace tanto calor que las paredes sudan. A la izquierda hay unas gradas para sentarte y, a la derecha, la barra para pedir bebidas. En el fondo -bien al fondo-, un escenario gigante y polvoriento con siluetas bajo los focos de luces que se funden con la pared de atrás. La secuencia se repite en loop todos los fines de semana. Voy mucho a shows de Cadena Perpetua, 2 Minutos y Expulsados. Pero también a Cabezones, Carajo y Árbol. Y a Intoxicados, Los Gardelitos y El Bordo. Cuánta variedad, ¿no? Hay sonidos de Cemento que todavía retumban en mi mente. Gente gritando en la puerta, Chabán anunciado promociones de cerveza; aplausos, silbidos y músicos pidiendo que les suban el volumen. Flashes de 1999, del 2002 y del 2004. La primera vez que fui la cuento en las primeras páginas del libro. Y la última fue el día que estrenaron “Cemento, el documental”, de Lisandro Carcavallo, en 2017, dentro de esas mismas paredes que chorrearon rock durante tantos años.
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Fue loco haber vuelto a Estados Unidos 1234 aquella noche. Había ido otras veces buscando rastros para cerrar mi libro, pero esa vez fue intensa y emotiva porque nos juntábamos todos para ver un documental que retrata un sitio que amamos, un lugar en el que fuimos felices. Lisandro le puso imágenes a un montón de historias que me contaron, que leí, que imaginé durante años. Creo que se complementa muy bien con mi investigación. Con el empuje de ambos proyectos se logró que la Legislatura porteña pusiera una placa de bronce en la puerta del lugar donde se lo declara lugar de interés histórico para la cultura de Buenos Aires. Ninguno se imaginaba algo así cuando empezó a reconstruir la historia, pero que se merecía algo así, no hay dudas.
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La principal voz narradora del documental es Katja Alemann, y de mi libro, Omar Chabán. Él fue la primera persona a la que me acerqué con la idea. Era la llave, el tipo que había estado lidiando con todos los fisuras de la ciudad durante 20 años. Las charlas con él duraban horas; yo volvía prendido fuego. Le preguntaba por tal show, tal banda, tal obra de teatro que pasó ahí dentro. A veces se sorprendía con algunas historias que había recolectado y que no conocía. Omar estaba internado en el hospital Santojanni, peleando contra una enfermedad terminal, y estos encuentros suponían un rato de distención, siempre con humor y hasta con otras visitas participando (recuerdo particularmente la de Geniol, el famoso clown de los shows de Sumo, quien canta la estrofa de “un pseudo-punkito con el acento finito” de “La rubia tarada”). Eran un delirio esas visitas al hospital. Lo entrevisté muchas veces (me llevaba una lista larga de temas y personajes para consultarle) y de ahí pasé a rastrear músicos. Conseguí el testimonio de más de 100, y todos me hablaban bien de Omar, algo que me sorprendió. El libro, de alguna forma, también funciona como una biografía de él. Todavía guardo con cariño ese plano que me dibujó de Cemento (página 22) detrás de un recetario médico.
Les dejo una entrevista a Chabán del año 1994 y le doy el pase nuevamente a Lisandro Carcavallo, para que la semana que viene le ponga el moño a este mes de lectura rockera.
Fue un placer compartir estos recuerdos con ustedes, sépanlo.
¡Bye, bye!