1. «Oh mi madre, te amo, pero eres muy rara», seguido de «mi familia»
Es sabido que las historias no son tantas. Que hay apenas un conjunto de experiencias que son las que se pueden y se quieren narrar; a veces la novela, bajo la forma de la autoficción, todavía puede ocuparse de esa narración. Una de esas experiencias narrativas es el duelo por la muerte de un ser querido, ese tiempo posterior a la muerte de alguien importante. El duelo por un padre, una madre, un amigo, una pareja. La vida después, de Donald Antrim pertenece a esa tradición. No hace tanto hubo dos libros que leí que se ocupaban de lo mismo Mi madre, de Richard Ford y Nadando en un mar de muerte, de David Rieff, además hijo de la extraordinaria Susan Sontag. Pero hay tantos más, cada uno recordará otros ejemplos. El más célebre, por cierto, y nunca del todo reconocido en su enunciación, es El extranjero, de Albert Camus.
La experiencia es esa, pero en la forma que adopte la experiencia está la sensibilidad y originalidad de la novela. Porque, es sabido, en literatura y en arte, nunca es el qué, siempre el cómo. En el caso de la novela de Donald Antrim, su singularidad está –sobre todo al comienzo–, en el ensimismamiento del narrador, que a su vez toma el nombre del autor: Donald Antrim; un personaje enloquecido y enloqueciendo a todo el mundo al comprar una cama nueva. Antrim a la vez muestra y oculta con este furor la pérdida de su madre. Pero sobre todo dosifica la emoción y prepara el relato.
“La vida de Eliza, en mi opinión, terminó siendo muy distinta a la que esperaba tener cuando era una joven de veinte años”, escribe Antrim sobre otra mujer de su familia. La madre del narrador, la madre de Antrim que es el objeto en las sombras de la narración, el agujero negro de la novela, el coronel Kurtz, es en cambio una de esas personas que comprende pronto que la vida es imprevisible y lejos de esperar o aguantar sus violencias, empieza a provocarlas. Posee de este modo una personalidad excéntrica y finalmente un destino excéntrico. Excéntrico y, para los otros –obviamente para el hijo– bastante insoportable primero, e incomprensible y culpable después.
Son aquellos motivos, resumidos en la excentricidad y el fracaso, los que hacen que el relato se abra no sólo hacia la búsqueda de explicaciones o razones en torno a la vida de su madre, sino también a la de otros familiares, como su tío, su abuela paterna, su abuelo paterno, etc. Antrim se empieza a perder voluntariamente, en esos manglares del pasado, como en los manglares maravillosos que describe de la Florida de la niñez.
De manera que La vida, después se vuelve un relato familiar, una de esas evocaciones de Sandor Marai o Thomas Mann y también, claro, una de esas evocaciones familiares a las que la literatura estadounidense nos tiene acostumbrados, de Salinger a Jonathan Franzen, de Philip Roth a David Foster Wallace, de Los excéntricos –justamente– Tenenbaum a, quizá la más importante, la familia más importante y famosa de las últimas décadas: Los Simpson.
Edgardo Scott