¿Alguna vez quisieron ser parte de un experimento con drogas nuevas? Yo, jamás. Se podría decir que exprimenté bastante con drogas en mi cuerpo, pero la idea de una sustancia desconocida, de la que nadie sabe los efectos –estamos hablando de drogas psicotrópicas– me da pavor. Admiro a los pioneros que tomaban ácido con gran soltura y a todos los candidatos a vacunas, por ejemplo. “Ornamento”, la novela del colombiano Juan Cárdenas, no se pregunta sobre esto, al contrario: su protagonista sin nombre es un médico sumamente frío que recibe a cuatro voluntarias, mujeres pobres, a las que llama 1,2,3 y 4, para probar en ellas una droga obtenida de flores de la selva que, parece, sólo causa efectos en las mujeres. Efectos afrodisíacos. Pero no hay que pensar que, por eso, la novela comienza con una especie de frenesí o que lo prosa está desatada. No. El médico observa y anota. Las voluntarias duermen, quizá sólo les importa el dinero y eso las relaja, pero la número 4, que es muy hermosa, habla. Habla de su hija, a quien ha dejado sola, de su madre que se ha sometido a todo tipo de cirugías estéticas para mantener su belleza y tiene que usar permanentemente una crema que, de alguna manera, sostiene esa piel en su lugar, su madre que la recibe desnuda en la cama para que puedan verla madura ya –ella lo cree así al menos– todavía gloriosa. El médico está intrigado por la 4, al principio, más que por las otras al menos que poco hacen, pero no se aleja demasiado de su trabajo como investigador y siente cierto rechazo por ellas. Aquí Cárdenas empieza a escribir de una manera bien difícil de sostener: el narrador es un pedante y un clasista, un hombre que desprecia o al menos tiene en muy baja estima a los pobres e iletrados de su país. Un hombre que, además, seguro no se considera a sí mismo como tal, sino que sólo se cree un sofisticado y juzga que las formas del pueblo tienen que ver con la falta de educación. A esta personalidad un poco repelente contribuye su esposa, una artista conceptual de gran inteligencia que es presentada muy rápido, internada producto de una taquicardia inducida por la cocaína. Es que está en un mal momento creativo, a punto de inaugurar una muestra de la que no está segura, es decir, no está segura de la calidad de su trabajo. Aunque claro, no lo llama trabajo: ella prefiere renunciar a la interpretación y tampoco le interesa el arte político, de hecho cuando ve los grafitis en las paredes de la ciudad se pone de malhumor, no porque le gusten o no, sino porque detesta cualquier partidismo. En Colombia. Lxs lectores están ante un dilema ni bien empieza esta novela que parece transcurrir en Bogotá aunque nunca lo dice: los personajes principales no son atractivas. Mejor dicho: son atractivos, pero no son agradables. Número 4 si lo es, con sus monólogos sobre una madre que le hace pequeñas obras de teatro con cerámicas, hablando para que los demás anoten en esa clínica laboratorio que es una vieja finca, otro símbolo de poder. La institución y la mansión, todo en uno.
Mariana Enríquez