Sin embargo, al mismo tiempo. Quiero decir: es necesario pensar a fondo esas dos expresiones, y otras en el mismo sentido. Porque allí se juega parte central del trabajo intelectual, de la crítica y, por lo tanto, de la lectura. En la posibilidad de agregar “sin embargo”. En la necesidad de pensar “al mismo tiempo”. La interpretación incluye siempre una línea subordinada, en sordina, que viaja por debajo y que irrumpe cuando es necesario. Leer es pensar algo y, al mismo tiempo, otra cosa. Es pensar de un modo y, sin embargo, ponerlo en duda. No debe suponerse que hay aquí alguna contradicción lógica o, aún peor, alguna clase de desatino. Frente a textos literarios, lecturas literarias. Nunca dogmáticas, nunca encerradas en sí mismas.
Entonces, ¿sin embargo qué? ¿Qué al mismo tiempo? Sin embargo, pese a lo dicho en un mail anterior o, mejor aún, al mismo tiempo que lo dicho en un mail anterior, hay en Dublineses algo que resopla, que llama, que anuncia lo que Joyce está por escribir, lo que va a escribir unos pocos años después, Ulises. Hay en Dublineses una expansión, una colocación, una distribución de la puntuación, tal vez, como nunca antes en lengua inglesa. Comas, puntos, punto y coma, Joyce no piensa a la puntuación para hacer respirar la frase, para extenderla, para volverla recursiva, un ritornelo. No. Joyce no es Proust, ni quiere serlo. Joyce piensa, o mejor dicho, usa, o mejor todavía, inventa una puntuación porque necesita sacar a la lengua de cauce: encontrar música allí donde parece que hay ruido. Y usar la puntuación, entonces, implica también no usarla, retenerse, enfrentarse a la norma. En Dublineses muchas veces hay párrafos que, bajo el modo del protocolo del taller literario escolar, ameritarían el uso de comas, de punto y coma, de punto y aparte. Pero Joyce lo evita. Prefiere, más de una vez, el punto seguido allí donde imaginaríamos punto aparte y un nuevo párrafo. Agrega comas mucho antes de que nuestra respiración lo demande. Estaría tentado de decir que Joyce no piensa mucho en el lector, pero sería exagerado afirmarlo, e incluso sugerirlo (o, en todo caso, necesitaría de mucho más espacio y conocimientos para poder desarrollar la idea). Pero sí se puede afirmar que en lo que Dublineses -y luego Ulises– piensa todo el tiempo, es en la lengua, es en la sintaxis, en proponer una sintaxis otra, como quien construye un edificio comenzando por los balcones, y terminando por las vigas, la estructura y el pozo.
Es, en mi opinión, el arte de la puntuación lo que consigue que los diálogos tengan tan poco de orales y, al mismo tiempo, (sí: al mismo tiempo) funcionen con naturalidad. En cualquier escritor, diálogos como los del cuento «Gracia», por dar un ejemplo, sonarían forzados, algo tirado de los pelos. Pero es precisamente ese efecto, el efecto arbitrario de la puntuación y de la gramática (aquí la traducción de Scott logra salir airosa de un desfiladero tremendo) lo que vuelve al cuento perfecto.
La perfección, viene a decirnos Joyce, siempre es deforme.