Por Elisabeh Möhle.
“El auto nos vendió la promesa de salir de la puerta de casa, subirnos sin esperar, y viajar rápido, cómodos y sin esfuerzo hasta la puerta de nuestro destino. Todos queremos viajar cómodos. Pero ese deseo individual, a lo sumo familiar, no es posible que lo cumplamos todos al mismo tiempo, porque el auto es muy ineficiente en su uso del espacio” nos dice Felipe González en el capítulo sobre movilidad.
No ayuda que nuestras ciudades en gran medida hayan sido diseñadas en función del automóvil, potenciando sus cualidades y poniendo en desventaja a las demás formas de movernos.
Por suerte lentamente en el mundo -y en Argentina también- hay un proceso de reconquista de la ciudad y el espacio público por parte de nosotros, los peatones, los que andamos en bici y usamos el transporte público. Lo cual hace ciudades más seguras, menos contaminadas, personas más saludables, reduce la congestión y cuida al ambiente.
En esto hay una cuota de políticas estructurales y diseño urbano y otra de cambios de hábitos personales. Y es loco, incluso personas muy conscientes de este asunto me han dicho que no con escasa frecuencia han optado por usar el auto para hacer unas pocas cuadras. Y me parece comprensible, yo no manejo, pero en otros aspectos de la vida también me cuesta poner en acto acciones que racionalmente tengo claras. ¿No te pasa a vos también?
En un punto es como una dieta donde en vez de cuidar nuestro cuerpo el objetivo es cuidar el planeta.
Felipe va a usar una analogía que me gustó mucho: “Así como no usamos una espada para untarle mermelada a una tostada, para determinado tipo de viaje el auto no tiene sentido y la bicicleta puede sustituirlo haciendo un uso más eficiente de la energía. Moverse en estos modos altamente eficientes es movernos mejor: misma distancia, misma velocidad, menos energía. ¿Puede la bicicleta sustituir todos los viajes en auto? Claro que no. Tampoco vamos a ir a la guerra con un cuchillo de untar”.
Así, nos invita no a pensarnos como peatones, automovilistas o ciclistas sino como personas habitando y moviéndose por una ciudad eligiendo para cada viaje el tipo de vehículo que mejor se adapta. Y, en este sentido, nos habla de las calles reconvertidas en un intersticio entre pasado y futuro donde los peatones volvemos a ser protagonistas pero ahora en escenas mezcladas con micro-vehículos futuristas. Para que “deje de ser un lugar de privilegio para pocos y vuelva a ser un lugar de encuentro para todos”.
En este sentido, me pareció original este video del transitar de una calle desde la perspectiva de un niño. No pensar la calle en función del auto, sino de la seguridad de un año, la comodidad para llevar un cochecito de bebé o una silla de ruedas y diseñar una sistema de movilidad que “desincentiven a los parásitos y premien a los simbiontes, dispuestos a ceder algo de su comodidad y poner algo de su energía, a caminar o pedalear, a acercarnos a la estación, a esperar, a viajar con otros, quizás un poco más apretados, o tardando un poco más, para que todas las personas podamos seguir viajando y viviendo en un futuro. Para que en efecto haya un futuro”.