Esta historia es también una celebración de la lectura. La lectura como refugio, como rescate, como conjuro, como un pase que protege de los peligros. La familia escucha audiolibros mientras viaja. Guardan en las cajas que llevan en el baúl libros que funcionan como brújulas distorsionadas. No te llevan a tu destino inicial. Pero el lugar en el que te dejan es donde el sentido se revela. O se rebela.
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En Desierto sonoro hay muchos libros mencionados, citados, entramados en la historia. Pero hay uno más presente que los otros: «Elegía para los niños perdidos».
No quiero decir más porque no quisiera afectar la lectura que estén haciendo o que vayan a hacer.
Sólo puedo decir que ese libro me sacudió. Que fue como entrar a una cueva dentro del mar. La profundidad de la profundidad.
Desierto sonoro ofrece capa tras capa. Quienes leemos nos convertimos en arqueólogos que cavan para rescatar un tiempo perdido. No.
No es eso.
Somos herramientas sismológicas.
Captamos el temblor, la sacudida, el remezón.
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La novela también es un recorrido por ciertas canciones.
De las que se nombran allí, una me llega especialmente. «O Superman», de Laurie Anderson.
Siempre que suena es 1988, estoy en el cuarto de una amiga, el sol entra y da forma de rayos de luz al humo que flota en la pieza. Las paredes tienen cosas escritas en lápiz, hay un aguayo cerca de la ventana que da al patio, el corazón de manzana de una casa que ya no existe. Fue demolida para hacer un edificio espantoso que veo cada vez que voy al trabajo.
O Superman.
Hay algo extraño en esa canción.
A primera vista no podría asociarla con Desierto sonoro, pero en otro sentido sí.
Aquí también están los ecos, lo ausente, los fantasmas, la búsqueda. Hay algo en el ritmo, en el tono, en el modo que tiene Laurie Anderson de volverse un eco de sí misma. Me había olvidado de esa canción. Y este libro me la ha devuelto. No sé qué hacer con ella.
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O Superman es mencionada un poco al pasar.
Hay otra canción en la que la historia se detiene.
Un hilo rojo, un detonador, un ancla, la vibración de una cuerda que produce un sonido grave, bajo, infinito. Un sonido que es eso y también su eco. Un sonido que se alimenta de su eco, lo traga y provoca un loop perfecto, como un mantra.
Space Oditty – David Bowie.
Creía que conocía esa canción pero descubrí que no, que nunca había escuchado realmente, que no había descubierto su hueso.
Si ya han terminado el libro saben por qué lo digo. Si no, sólo puedo decirles esto: busquen un lugar cómodo donde puedan estar solos. Den play al video que dejo aquí pero cierren los ojos. Déjense estar sólo en la música. Algo puede pasar, algo de un orden que es mejor no desentrañar. Solo estar ahí y dejar que pase.
¿Ustedes escuchan ahí, en esa canción, una promesa?
Ojalá. Una dulce promesa de reunión.
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Si abren los ojos y vuelven a dar play al video van a poder apreciar ese aire a extraterrestre que tenía David Bowie.
Desierto sonoro explicita una cuestión léxica del inglés que siempre me ha impactado. Los estadounidenses usan la misma palabra para «extranjero» y para «extraterrestre»: alien. Ni siquiera puedo desmenuzar esto. Todos los sentidos que hay en esto.
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En la novela hay una escena en la que un grupo de niños migrantes, montados sobre el techo de un tren, juegan con un celular roto. El juego es terriblemente serio: llamar a alguien y sostener una conversación imaginaria con ese que está ausente.
La escena me hizo pensar en Cuadernos japoneses. El vagabundo del manga, la preciosa novela gráfica de Igort.
Allí se cuenta que en marzo de 2011 la ciudad japonesa de Otsuchi fue destruida por un terremoto y un tsunami. Aunque sus habitantes lograron reconstruirla hay cosas que no pueden recuperarse.
Dice Igort: «En un intento por afrontar aquel vacío irremediable, uno de los supervivientes pensó en construir una cabina telefónica que luego donó a la comunidad».
La cabina sirve para hablar con los ausentes, con aquellos que desaparecieron en 2011. El teléfono no está conectado a nada. Todos lo saben y van allí a decir esas palabras que quizás los alivien. Lo llaman «el teléfono del viento».
Les dejo aquí una de las páginas en las que Igort cuenta esta historia.
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