Flaperas y filósofos #1

Hola, ¿cómo están?
 
Será un placer para mí entablar con quienes quieran sumarse una conversación (que espero no sea unidireccional) en torno a Flaperas y filósofos, un libro que no necesita mi recomendación pero que elegí con un entusiasmo cuya medida es difícil de exagerar cuando desde el Club Carbono me pasaron la lista de títulos posibles. Amo a Francis Scott Fitzgerald, y espero en estos cuatro mails transmitir ese amor y ese entusiasmo. Aunque, al mismo tiempo, temo que si me excedo en el entusiasmo la cosa termine en decepción. Lo que se hypea decepciona; es un mal de esta época y me arriesgaré a ejercerlo.
 
Quiero empezar, antes que por la literatura, por la música, ya que toda la obra de Fitzgerald le canta a lo que él mismo bautizó como Era del Jazz (décadas de 1920 y 1930) y tanto sus tramas como su estilo parecen atravesados por el swing: sus oraciones vibran con la música del demonio que ofició de banda de sonido de los roaring twenties.
 
Un dato menor: el nombre con el que sus padres bautizaron a Fitzgerald fue un homenaje al hermano de su bisabuelo, Francis Scott Key, un abogado y poeta amateur que, en 1814, después de contemplar a la bandera estadounidense mantenerse firme ante el bombardeo inglés en el Fuerte McHenry (situado en lo que es hoy un barrio de la ciudad de Baltimore), compuso un poema al que sugirió cantar con una melodía popular de la época. La canción con la letra del tío bisabuelo de Fitzgerald se llamó “Star Spangled Banner” y se convirtió, mucho después, en el himno nacional estadounidense. Un poeta amateur (y abogado esclavista), la apropiación de una canción ajena y un patriotismo melancólico: me gusta pensar que Francis llevaba la literatura en la sangre.
 
Fitzgerald nació en 1896 y murió, todavía joven y arrasado por océanos de alcohol, en 1940. Publicó seis novelas y decenas de cuentos. Irregular, frívolo, advenedizo, atormentado, melancólico e ingenioso, le cantó a una época (la de la prohibición y el crack de la Bolsa de 1929, la del automóvil, la radio y el cine) en la que la economía de los Estados Unidos creció como nunca hasta entonces. Sus personajes parecen atravesados por ese movimiento voraz en el que todo lo sólido (los códigos sociales, los planes de bodas y carreras, los matrimonios) se disuelven en el aire. Muchas veces los grandes movimientos artísticos (la tragedia griega, la dramaturgia isabelina, la pintura renacentista) coinciden con momentos de afirmación política aunque narren su lado oscuro (“la mejor y la peor de las épocas”, como dice Dickens), y esa gran literatura norteamericana que se consolida en los años veinte con Hemingway, Faulkner y otros es uno de los grandes ejemplos de ello.
 
Fitzgerald publicó en 1920 su segundo libro, Flaperas y filósofos, intentando aprovechar el éxito de su novela debut, A este lado del paraíso, que publicada también en 1920 lo había convertido a los 23 años en una celebridad.
 
Flaperas y filósofos es el documento donde consta la invención de la juventud moderna, cuyas pancartas fueron el jazz y el corte carré. Sus frases son culebras maliciosas y vitales, sus tramas se deslizan como por un tren fantasma de las emociones. Cada cuento es una arqueología en miniatura de las grandes preguntas de la juventud.  ¡»Bernice bobs her hair” es el mejor cuento del siglo XX!
 
En las próximas entregas iré comentando algunos de los cuentos mientras ofrezco un panorama (espero que entretenido) sobre el autor y su época.
 
¡Que tengan buena semana y ojalá disfruten de la lectura tanto como yo!
 
Santiago Llach

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