Flaperas y filósofos #3

Hola, ¿cómo va la lectura de Fitzgerald?
Espero que bien. Cualquier cosa que quieran contarme será leída.
Llegó el momento de decir qué son esas “flaperas”, término intraducible que el grupo de traductores guiado por Pablo Ingberg –estamos leyendo un libro que es el fruto de una traducción colectiva: experimento interesante– decidió castellanizar, apropiadamente a mi juicio: traducir también es inventar, aludir, coquetear. El verbo “flap” significa algo así como aletear o bailotear, y en algún momento empezó a designar a las adolescentes que no habían desarrollado del todo su pelo y cuya colita “flapeaba”. Ya en 1631 el término aparece asociado a “prostituta”; en la década de 1890 designaba tanto a una joven prostituta como, más ampliamente y con un sentido despectivo, a una adolescente activa y enérgica.
Como suele ocurrir en la historia de las lenguas, el sentido despectivo del término fue invertido para convertirlo en una bandera provocativa. En la década de 1910, y sobre todo en la posguerra, las flappers eran chicas que usaban faldas cortas y corte carré, escuchaban jazz, manejaban autos, tomaban alcohol y fumaban en público y desdeñaban los comportamientos socialmente aceptados. En síntesis, las flaperas encarnaban una época de demolición de la moral y las costumbres, habilitada por el desarrollo económico y la transformación social y urbana. Las viejas reglas ya no servían, y había que inventar unas nuevas. En ese hueco, esa anomia, se instalan las historias de Fitzgerald de perdedores hermosos.
Ya vimos a flaperas romper corazones y que sus corazones sean rotos, romper matrimonios o conjurarlos trágicamente en un bowl de cristal tallado que parecía contener todo lo roto que hay en cada uno de nosotros. Pero quiero hablar hoy un poquito de “Berenice se corta el pelo a lo bob”, un cuento que me fascinó desde que lo leí cuando tenía la edad en la que Fitzgerald lo escribió. Es una historia muy estadounidense de creación de la personalidad: el gran credo de los Estados Unidos es la idea de que uno puede prescindir de la herencia y hacerse a sí mismo. La transformación de Berenice, su (OJO, SPOILER, SALTEEN ESTO) venganza perfecta, el aterrizaje de esas trenzas en el porche son el símbolo de algo gigante. Son esos “rasgos circunstanciales” (Borges dixit) que parecen contenerlo todo. Fitzgerald era a la vez un narrador de ideas y un narrador de imágenes, un genio del detalle y un genio del concepto.
El gesto mínimo de Berenice, sus dos gestos en realidad –cortarse el pelo y cortarlo–, es un gesto que resume una época sin decirlo por altoparlante. Las trenzas de Marjorie siguen suspendidas en el aire como símbolo de todo lo que la vida promete.
No quiero decir que es la versión feminista de la historia bíblica de Sansón y Dalila; en todo caso sería la versión aliade, dado que la escribió un hombre. Pero aun con las limitaciones correspondientes de época y género, Fitzgerald construye una heroína inolvidable, y cada paso de su transformación está contado con maldad y deleite.
¿Les gustó este cuento tanto como a mí? Ojalá, ¡cuéntenme si sí o si no!
Saludos y buena semana,
 
Santiago Llach