Furia #2

Hola, Club Carbono:
Podría dirigirme a ustedes como C.C., para abreviar. O mejor CeCé, así imagino a una persona con ese nombre. Es que me puse a pensar en lo íntimo, algo que necesito generar para escribirles (a vos, CeCé). Si no veo, de algún modo, a quién(es) lee(n), no sé bien cómo hablarle(s). Me autogenero proximidad, que me facilita redactar estas cartas virtuales, y tal vez con suerte se las trasmito a ustedes. Y entonces charlamos con más cercanía.
Quería decir algo en lo que creo con la completitud de mi corazón: toda literatura tiene una verdad, a veces más de frente, otras aparentemente oculta. Lo cotidiano en la escritura va más allá del *yo* o cualquier moda confesional. Lo que importa es que quién escriba (y es requete válido a la hora de leer también) pueda —es más, considero que debe — experimentar con libertad y tomar riesgos.
Podemos irnos lejos, al menos al siglo XIX, y pensar cuánta verdad había en textos de, por ejemplo, las Brontë. Hadclift, en Cumbres borrascosas, está muy basado en Branwell, el hermano varón de Emily. O lo que pone en juego Charlotte en Jane Eyre con la esposa loca encerrada, que es el temor subyacente de la mujer de esa época. Pero también es posible verlo más cerca en el tiempo, y en ciencia ficción: Crónicas marcianas habla, por debajo, de los inmigrantes en los Estados Unidos y deja clara la ideología humanista de Ray Bradbury.
Siempre hay verdad en la buena literatura. Aunque no sea una anecdótica. Parece que me voy por las ramas, pero les juro que no. Me voy a ir aún más de tema, aparentemente. Este es el texto que abre IT, la novela de 1986 de Stephen King, esa en la que una entidad asesina niñas y niños. Se la dedica a sus hijos, y les dice: “Niños, la ficción es la verdad que se encuentra dentro de la mentira y la verdad de esta ficción es muy sencilla: la magia existe”.
Un poco me salí del tema, porque tengo que detenerme a declarar cuánto amo al tío Esteban Rey, lo tierno que es, lo genial que me parece que sea puro humor y dulzura siendo el maestro actual del terror. Pero a lo que iba era a eso: “la ficción es la verdad que se encuentra dentro de la mentira”. Y eso, junto a tomar riesgos, que es algo que solo sucede cuando hay cercanía, es lo que hace de un proceso de escritura algo creativo y no un tipi tapa del teclado. Y del momento de lectura, una experiencia trascendente y no una procrastinación.
Estoy pensando esto, porque es lo que me fue generando leer Furia, que aunque cuenta el encuentro de dos soldados que abandonan la guerra y se internan en un desierto, para abrirse en hilos de otras historias (por decirlo rápido y sin spoilers), en realidad habla de las heridas heredadas y de las disidencias. También de la supervivencia en medio de lo hostil. Y de los estereotipos en la educación masculina y la femenina, que lleva a tanta violencia sufrida por ambos géneros, desde un lugar o el otro. Eso pensaba, que es una novela repleta de verdad, y por eso arrasa.
“Después de haber vivido abuso sexual descubrí que mi cuerpo tenía memoria y que por mucho que mi mente racional anulase el evento mi cuerpo lo sabía y me lo recordaba. En un punto su autonomía comenzó a darme miedo: incluso lloraba solo. Tuve que volver a hacerme amiga de mi cuerpo, unirme a él para que fuéramos partes de un solo ente, parte de esa fragmentación que muchos seres humanos hemos vivido. Es algo que quería depositar en los personajes de Furia«, cuenta Mendoza en un momento de esta charla con Dolores Pruneda Paz para Télam.
“No entendía cómo podía caber el dolor dentro de su cuerpo. Era como si, para acoger el sufrimiento, su cuerpo se hubiera vuelto de la piel para afuera. Sentía que todo él se había invertido […] Que su cuerpo y su dolor lo abarcaban todo”, dice la voz narrativa de Furia, hablando de uno de los personajes. .Y no es que haga falta saber el detalle ni la anécdota, pero todo eso, y más, está tan presente en la novela que me hizo falta contarte en carta, Cecé, que no podía dejar de pensar en la intimidad y la cercanía, en su importancia a la hora de escribir y leer, novelas, claro, pero nuestros correos también.
Seguimos la semana próxima, diría mi psicólogo.
Besos o abrazos o saludos con la mano, según les guste más,
Danixa
(así me dicen en confianza)