¿Por qué son estelares estos momentos? Así lo explica Zweig en el prólogo: “Los llamé así porque brillan radiantes e inmutables como estrellas en la noche de lo efímero”.
Son esos instantes que marcan un rumbo durante décadas, durante siglos.
De esos eligió (llegó a escribir) catorce.
Son esos instantes que marcan un rumbo durante décadas, durante siglos.
De esos eligió (llegó a escribir) catorce.
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“Son momentos dramáticamente amontonados, cargados de destino, en los que una decisión que perdurará en el tiempo termina siendo comprimida en un único día, en una única hora y, a menudo, en un solo minuto, son poco frecuentes en la vida de un individuo y en el transcurso de la historia”, explica Zweig.
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Esos puntos de inflexión de la historia, de la humanidad, no son abruptos, ni caprichosos. Pero en cada uno, lo que Zweig nos muestra es que la Historia (la mayúscula es necesaria) no se trata sólo de estadistas, grandes batallas y victorias extraordinarias. Su arcilla es, también, lo arbitrario, el azar, un error inexplicable.
Zweig es un humanista. Está en contra de las guerras. Desde el inicio, sin importar si pueden mejorar su situación, o si son indiferentes a su realidad. No se deja engañar por los demagogos, ni por los discursos entusiastas, ni por los cálculos falsamente optimistas. Tampoco deja que las contrariedades o, mucho peor, los entusiasmos nublen su juicio.
Es un humanista también porque en el centro de cada suceso pone a los hombres. A sus decisiones, a sus errores, a sus golpes de suerte, hasta a sus olvidos.
Zweig es un humanista. Está en contra de las guerras. Desde el inicio, sin importar si pueden mejorar su situación, o si son indiferentes a su realidad. No se deja engañar por los demagogos, ni por los discursos entusiastas, ni por los cálculos falsamente optimistas. Tampoco deja que las contrariedades o, mucho peor, los entusiasmos nublen su juicio.
Es un humanista también porque en el centro de cada suceso pone a los hombres. A sus decisiones, a sus errores, a sus golpes de suerte, hasta a sus olvidos.
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Zweig utiliza el pasado para hablar del presente. Tiene una virtud poco frecuente. No hace trampa, no engaña, no hace cherry picking, ni cae en anacronismos simplificadores. Evita hacer hablar al pasado según lo que él quiera escuchar.
Su talento –casi único- es el de perseguir el rigor histórico sin caer en distorsiones y sin ceder tensión dramática, contando historias que atrapan al lector.
Reconoce en el caso de Cicerón algo que hablaba de su tiempo. La importancia de la libertad de pensamiento, de la necesidad del coraje de los más capaces para oponerse a los déspotas. Sabe, y nos muestra, que muchas veces la muerte de un hombre puede provocar una debacle, es mucho más que la pérdida de una vida. La muerte de un hombre (en este caso Cicerón) provoca la caída, la desaparición, de la República.
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La otra tentación que resiste es la de la moraleja, la de la comparación instantánea, la de explicar qué aplicación tenía en el presente en que él escribía esa historia. Deja que el lector complete la historia, que él haga las conexiones necesarias. De esa manera logra que el lector de mediados de los treinta -cuando el nazismo asomaba-, el de la década del cuarenta y el de la actualidad entiendan que el peligro no reside en un solo hombre, en un nombre, si no en las autocracias, en alejarse de lo racional, en olvidar la dimensión humana de la historia.
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Biógrafo hábil, experimentado y entretenido. Y fiable, certero en sus datos y en especial en su comprensión de la época en la que vivieron. Escribió biografías sobre Magallanes, Balzac, María Estuardo, María Antonieta, Pascal, Fouché. Estos Momentos son un género parecido aunque diferente. Le deben más al cuento, con su desarrollo de un tema, casi sin digresiones, con la importancia del ambiente, con la construcción del clímax, con lo que sucede fuera de campo, con los finales contundentes que a otra forma literaria.
Catorce cuentos reales.
Catorce cuentos reales.
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Hay un episodio notable es el de la conquista de Bizancio y la Kerkaporta. Es 1453. Constantinopla está asediado. Los ataques son feroces (la descripción de Zweig de las batallas y sus incidentes es hipnótica), la defensa encarnizada, no cede ni un metro. Todo está fortificado. Pero los atacantes encuentran una brecha inesperada: la Kerkaporta. Una pequeña puerta quedó abierta y sin defensa. Es un ingreso habitual en tiempos de paz, pero sin ninguna importancia a los fines bélicos. Eso hizo que los defensores la menospreciaron tanto, que se lo olvidaron. No sólo la descuidaron, sino que ni siquiera la cerraron. Los atacantes sospechan, creen que se trata de una trampa, no conciben que después de esos combates atroces y de tantos movimientos planificados y de tantas muertes, les hayan ofrecido el ingreso sin esfuerzo. La historia cambió por que alguien se olvidó de cerrar una puerta.
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El libro, ya se dijo, termina con la historia de Woodrow Wilson y la paz después de la primera guerra. Es un Momento Estelar fundamental para él porque es el que explica el presente que están viviendo, el de la desintegración europea, o al menos de la desintegración del mundo según él lo conoció. El título es bastante elocuente: El Fracaso de Wilson.
El último párrafo es sombrío, nada optimista: “El hombre que está regresando (Wilson), alguna vez recibido como salvador del mundo, ya no es redentor de nadie y no es más que un hombre cansado, enfermo, mortalmente herido. Ya no lo acompaña ninguna demostración de alegría, ninguna bandera se agita a su paso. Cuando el barco sale de la costa europea, el vencido da vuelta la cara. Les niega a sus ojos mirar para atrás hacia nuestra tierra infeliz que desde hace miles de años anhela la paz y la unidad y, sin embargo, nunca logró darles forma. Y, una vez más, se desvanece en la niebla y en el horizonte la ilusión eterna de un mundo humanizado”.
Así cierra el libro.
El último párrafo es sombrío, nada optimista: “El hombre que está regresando (Wilson), alguna vez recibido como salvador del mundo, ya no es redentor de nadie y no es más que un hombre cansado, enfermo, mortalmente herido. Ya no lo acompaña ninguna demostración de alegría, ninguna bandera se agita a su paso. Cuando el barco sale de la costa europea, el vencido da vuelta la cara. Les niega a sus ojos mirar para atrás hacia nuestra tierra infeliz que desde hace miles de años anhela la paz y la unidad y, sin embargo, nunca logró darles forma. Y, una vez más, se desvanece en la niebla y en el horizonte la ilusión eterna de un mundo humanizado”.
Así cierra el libro.