Sobre Bárbara Loden #3

Probablemente a esta altura hay tres opciones. Ustedes están leyendo el libro, o están por empezarlo, o están por releerlo.
Entonces: Sobre Barbara Loden es un libro sobre una obsesión, es también un libro sobre una mujer y último, pero no menos importante, es un libro sobre (o más bien “desde”) una película.
Llega entonces el momento de hablar sobre cine. Acá podrían citarse cientos de películas, pero me gustaría elegir, para empezar, solamente tres.
La primera se llama Searching for sugar man (2012) y es la segunda y última película del director Malik Bendjelloul. Es sobre un director que está buscando qué filmar y entonces se topa con dos fanáticos de un tal “Rodríguez”, un músico norteamericano de los años setenta que se ha hecho muy famoso, décadas después, nada menos que en Sudáfrica. Es tan famoso que sus canciones se cantan en manifestaciones. 
Hay leyendas sobre las muertes de ese músico que solo sacó dos discos y se esfumó del mapa. Entonces viene el mejor momento de la película (no haré spoilers). Searching for sugar man tiene en común con este libro de Nathalie Léger no solo el asunto de la obsesión artística, sino también el de la “no ejemplaridad”. Ni Wanda ni Rodríguez son ejemplos de nada, sino más bien, curiosas y opacadas excepciones.
La segunda película que quiero citar es menos popular. Se llama Los hijos de Isadora (2019) y es del francés Damien Manivel. Esta película también comparte el tema de la obsesión artística con la novela de Léger, aunque aquí esa obsesión es menos con una artista que con una obra específica: la coreografía que Isadora Duncan creó luego de la muerte de sus dos pequeños hijos. En esta película también tenemos tres capas: la primera es sobre una joven bailarina que estudia la coreografía y lee la biografía de Isadora Duncan; la segunda es sobre una adolescente y su profesora, que preparan la obra para una inminente presentación; la tercera es sobre una espectadora que ve la coreografía y queda conmovida por ella.
La última película, tan recomendable como las otras dos, es Grizzly man (2005), uno de los films inolvidables del gran Werner Herzog. Acá no hay artistas, hay osos. La historia es así: un tipo se obsesiona tanto con los osos canadienses que se va a vivir con ellos, en el medio del bosque, una parte del año, y hace un programa de televisión contando todo sobre la vida de esos osos. Una de esas veces, lleva a su novia. Mueren asesinados por los osos. Herzog toma el material documental de este muchacho y construye su versión de los hechos, de los osos y, sobre todo, de ese excéntrico y excepcional personaje que murió con los seres que amaba.
Acá podría seguir citando películas y hablando sobre ellas, pero dijimos que el tres es nuestro número clave.
Vamos entonces con algunos detalles (uno relacionado con el cine, otro con Marguerite Durás, otro con el cine argentino contemporáneo).
En un momento del libro encontramos este fragmento (que antes ya he citado) pero que retomo: “Wanda entra al cine y elige una función al azar. Desea la oscuridad, una historia de amor, alguna revelación que consiga elevarla. Se queda dormida”.
Me gustaría detenerme en ese momento del libro: pensar qué hubiera pasado si Wanda veía la película correcta (como si tal cosa fuese posible). Es que podría decirse que hay al menos dos tipos de películas: las que te tocan (te llegan, te atraviesan) y las que no. ¿Qué pasa si esa Wanda de ficción se hubiese topado con una película que le hablaba a ella, que hablaba de alguna manera alegórica, sobre ella? (probablemente la sombra de esa pregunta atraviesa el libro de Léger).
Vamos con otro fragmento, en donde Marguerite Durás (la escritora) y Elias Kazan (el cineasta) conversan sobre la película Wanda. Le dice Durás a Kazan: «Wanda es una película sobre alguien. ¿Usted ya hizo una película sobre alguien? Por alguien, entiendo a alguien a quien aislamos, que consideramos en sí mismo, desincrustado de la coyuntura social en la que se encuentra”.
Me parece finísimo (además de ácido) ese comentario de Durás. Incluso me parece crucial que en la traducción se haya elegido la palabra “desincrustado”, porque es una palabra que está rota, que cruje. La Wanda de la película que filma Loden es, así, una anomalía pero también en (en términos de Durás) “alguien”. Volveré sobre esto y sobre las anomalías más adelante.
Ahora sí, hora de regresar al cine, y terminar con esta entrega. Creo que este libro en particular bien podría estar en la biblioteca de al menos tres directoras contemporáneas. No solo eso: creo que la tapa del libro bien podría haber sido la imagen para el afiche de sus películas.
Voy a nombrar esas tres películas, con el deseo de dejarlas acá, en el cine en donde está Wanda, donde está Barbara Loden/Léger y donde, hoy también, estamos nosotros.
a) El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi (2017).
b) Esquirlas, de Natalia Garayalde (2021).
c) Estrella Roja, de Sofía Bordenave (2021).