Sobre Bárbara Loden #4

Con este cuarto y último mail llegamos al final de estos breves comentarios de Sobre Barbara Loden. Espero que haya sido una experiencia tan grata como ustedes como la ha sido para mí.
Me quedan algunas cosas en el tintero. Ha llegado la hora de las rectificaciones.
Primera rectificación. Decía que este fue uno de mis libros preferidos de mi 2022, pero no hablé del placer extra que tiene encontrarse un libro anómalo (como este). Llamo “libro anómalo” a ese tipo de obra que no está claro en qué parte de la biblioteca poner: ¿Pongo a Sobre Barbara Loden en la parte de la ficción, del retrato periodístico, del ensayo, de la autoficción? ¿Lo pongo en literatura francesa o norteamericana? ¿En la parte de libros de cine? Llamo también “libro anómalo” a ese libro que no solo cuenta (al menos) una historia, sino que se encuentra y tiene que lidiar, también, con una “forma”. Un poco más adelante daré otro ejemplo de libros así.
Segunda rectificación. En la contratapa del libro aparecen varios enunciados sabios y prestigiosos hablando del libro. Valeria Luiselli (de quien han leído, hace poco, su última novela) escribe: “Un libro brillante”. Creo que Luiselli acierta y al mismo tiempo se queda corta. Acierta porque efectivamente es “un libro” (antes que “una historia”). Acierta en subrayar el poder del extraño, hipnótico y envolvente artefacto-libro creado por Nathalie Léger. Se queda corta en la palabra “brillante” aunque, es posible, esto sea más una limitación de nuestro propio lenguaje. Quiero decir: “Sobre Barbara Loden” tiene un tipo particular de brillo, un brillo opaco. Como leímos en la primera página, tiene un brillo que se apaga: un brillo color carbón.
Club Carbón: quizás ese fue el nombre de este club por estas semanas.
Hace un rato, en una de las clases que dicto, una alumna me dijo que las cosas eran o blancas o negras, que no había grises. Probé buscar ejemplos que discutieran esa idea: debería haberle hablado del brillo opaco que hay detrás de Wanda, de Barbara Loden y de Nathalie Léger, espejándose una a la otra, caminando sobre una montaña de carbón.
Tercera rectificación: no hablé en el mail anterior de una película cuyo personaje me hacía acordar muchísimo a la Wanda de Loden/Léger. La protagonista de “Sin techo ni ley”, de Agnes Varda, una muchacha que hace autostop y que seguimos sin entender bien hasta dónde irá, buscando qué. Tampoco hablé en ese mail, ni en ninguno de los anteriores, de uno de los parientes cercanos a la Wanda de Loden/Leger: el Bartebly de Melville, famoso por su frase “preferiría no hacerlo”, que parece tan simple y corriente que termina brillando en el reino de la literatura.
Tampoco hablé del encantador subgénero de obras que tratan sobre robos a bancos. Acá hay cientos. Desde la reciente película basada en el épico robo al banco Río a Canadá (de Richard Ford) o “Point Break” (con Keanu Reeves).
Solo me queda hablar de los libros anómalos. Dar un ejemplo. Quisiera dar muchos pero, para no hacer una nueva lista, solo mencionaré este: el primer libro de (justamente) Valeria Luiselli, Los ingrávidos. En ese libro, una mujer investiga y escribe sobre la vida de un escritor que vivió décadas atrás en la ciudad donde ella está viviendo. En un momento la narradora cuenta que se sube a un tren y cree ver a alguien. En algún momento nos habla de su familia, del lugar donde vive. En algún momento empezamos a leer la vida de ese escritor que ella admira y que vivió donde aquella mujer vivirá. El escritor se sube un tren. Y ve a alguien allá afuera.
El libro tiene la forma de dos vagones yendo en direcciones contrarias. Otra vez: no solamente una historia, sino una combinación de géneros y una forma.
Ese tipo de libros. Brillando como carbón.
En un estante propio.

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