Nacido en Brody, Ucrania, Moses Joseph Roth (1894-1939) es uno de esos escritores que retrataron la caída del siglo XIX en los tormentos del siglo XX, pero no sin una cuota de distancia, con un tono entre humorístico, satírico y a veces hasta cínico que puede encontrarse en sus novelas y, sobre todo, en sus crónicas periodísticas.
Si vale la pena algún punto de comparación con obras actuales, su tratamiento del mundo durante los años que llevan a la Primera Guerra Mundial y que luego abren la puerta al período conocido con el nombre de entreguerras (en un sentido mucho más apropiado, toda la década del 20 hasta el ascenso del fascismo alemán en el primer lustro del 30), ese universo de personas que tratan de encontrar un lugar en las finanzas, en las fiestas y reuniones de sociedad, ese mundo que también tiene que comenzar a dialogar con una extrema derecha cada vez más segura de sí, puede muy bien compararse con el tratamiento de los relatos fundacionales del judaísmo (inclusive, en su faceta mística) en los filmes de los hermanos Coen.
Cualquiera que haya visto las películas más importantes de este dúo cinematográfico, como Fargo (1996) o El gran Lebowski (1998), pero, por sobre todo, películas que han tenido menos impacto en el ojo público, como la genial Un hombre serio (2009), puede encontrar los rastros de un relato acerca del lugar de la tradición religiosa en un mundo cada vez más apegado al mundo laico consumista, al crecimiento de otro tipo de relato fundante, como el del American Way of Life.
No por nada, Roth es contemporáneo a otro escritor que, en algún punto, parecería sostener el mismo modelo de hermenéutica religiosa, él también con un complejo ida y vuelta con la identidad judía: Franz Kafka, en cuya obra tanto Walter Benjamin como Theodor Adorno han reconocido este uso bastante particular de lo que podemos llamar una “parábola sin clave”. Pero la guerra se impone: Roth parecería jugar con ese mismo conjunto de elementos religiosos y discurso bélico en La rebelión (1924), novela corta en donde el protagonista, Andreas Pum, mantiene una fe inquebrantable en la nación que defendió en las trincheras de la Primera Guerra, hasta el punto de que su actual estado de salud (perdió una pierna, recibió una condecoración) se siente por parte del protagonista como una manifestación de la gracia divina del gobierno.
En la traducción de Daniela Campanelli, editada por Godot, leemos: “El gobierno está por sobre las personas como el cielo sobre la tierra. Lo que proviene de él puede ser bueno o malo, pero es siempre grande y poderoso, inexplorado e inescrutable […]” (2022: p. 10). Tanto Pum como Roth comparten una misma nación, hay que decirlo: el Imperio austrohúngaro, el cual desaparecería luego del gran conflicto.
La novela que nos ocupa, Izquierda y derecha (1929), también retrata un mundo en decadencia, en vistas de desaparecer, pero no totalmente: esa misma decadencia, a lo largo de todo el texto, parecería funcionar como la causa primera del ambiente político y social que atraviesa a los personajes, los dos hermanos Bernheim que sintetizan a una familia de dinero entrando al caos financiero de los 20 y al comienzo de un discurso nacionalista poco luminoso, muy diferente a esa nostalgia austrohúngara que la mayor parte de los escritos de Roth conservan como una suerte de luz interior resistente al desgaste de las inclemencias de su tiempo.