Izquierda y derecha #2

El gesto satírico de Roth se observa, en Izquierda y derecha, sobre todo, en la construcción de la figura del hermano mayor, Paul. Claro que Theodor, el menor, también será satirizado, pero mientras que en Paul encontramos un contenido cómico y crítico más ligero, hasta por momentos celebratorio del sin sentido de la vida (Roth es un alegre y feliz agnóstico), en la representación satírica de Theodor y de todos los que calzan en ese molde hay huellas de oscuridad, la percepción de que algo mucho más oscuro “adelanta” ese joven volcado a la derecha política. 
 
Estos dos hermanos provienen de una familia tocada por la suerte, como bien dice el comienzo de la novela, concentrada en la figura del padre de ambos, el banquero Felix Bernheim. Si en Paul hay una representación de la juventud arrogante que entra en la Primera Guerra Mundial contagiada de un nacionalismo a la moda que, en su caso, terminará dialogando con una anglofilia que lo perseguirá durante gran parte de su vida –estudiante de Oxford, abandona la formación universitaria, un poco, para cargarse del orgullo bélico que correspondía al evento que terminó con el siglo XIX–; en su padre, Felix, el lector encontrará el indicio más claro de un origen ya decadente de la fortuna familiar. 
 
Básicamente, porque su dinero no fue fruto del esfuerzo, ni de la astucia, ni siquiera de la aplicación de esa crueldad necesaria que tienen los pater familias que llegan hasta matar con tal de asegurarle un futuro próspero a su estirpe. Felix Bernheim funda el dinero familiar porque ganó la lotería. Y listo. La suerte económica es una cara más del destino, eufemismo para hablar de la divinidad actuando de maneras misteriosas. Felix es un mediocre que parece no tener ningún tipo de posición tomada con respecto a casi nada. Pasa la vida en un segundo plano, de fondo, hasta el punto de que el propio narrador reconoce que el momento de mayor intensidad de su vida estuvo vinculado a una amante que supo tener. Una acróbata que, literalmente, cae en su vida, cuando luego de un accidente en uno de sus actos termina en su regazo.
 
Luego de irse a vivir con ella, Felix vuelve con su mujer sin mayores escándalos: hasta casi parece que este tipo de aventura es algo que todos le perdonan por la mediocridad que supo encarar durante tantos y tantos años. Algo de él recuerda a la caracterización que Dostoievski lleva delante de Fiódor Pávlovich Karamázov, el progenitor de Los hermanos Karamázov. Fiódor no era un estúpido. Tal como lo caracteriza el narrador, era dueño de una“imbecilidad, y aun una imbecilidad particular, nacional” (Colihue 2012: p. 9, traducción de Omar Lobos). Roth y Dostoievski siguen ese mismo camino, al menos. El de observar el destino de un país en la vida de un mediocre.
 
 Dostoievski estaba leyendo, en el convulsionado mundo ruso de 1870, el advenimiento de otra cosa a través de la desaparición de ese mundo. Roth también, sólo que entendió, de algún modo, que la imbecilidad y decadencia de entreguerras no era la consecuencia de la Gran Guerra, sino el caldo de cultivo de lo que después sería la Europa fascista, esa imbecilidad peligrosa que es la contracara de la fiesta, el hedonismo y el librepensamiento de algunos (seudo) intelectuales demasiado sumidos en su pequeño drama burgués y personal. 
 
La historia, en definitiva, suele ser cruel con quienes la dejan como mero telón de fondo de la comidilla y la charla de tertulia.