No había leído la novela de Leonard Gardner que publicó Chai, con traducción de Juan Nadalini. Había visto, en cambio, la película de John Huston (sin la O, no es la ciudad de donde parten los cohetes al espacio en su carrera), que para mi es una pequeña obra maestra.
Estrenada en 1972, Fat City (la película) es una de las últimas de su extensa filmografía. Huston es uno de los padres del cine clásico, y a pesar de que en términos formales no hace nada raro, en cada nueva película, hacía algo distinto. Desde su debut con la adaptación de la novela de Dashiell Hammett, El Halcón Maltés, Humphrey Bogart a la cabeza del cast, y la obra maestra The treasure of the Sierra Madre, pasó a películas más raras como una biopic de Freud; fallidas como la versión de Moby Dick con guión de Ray Bradbury; bucólicas, como The Misfits, la última película de Marilyn Monroe con guión de Arthur Miller; o inesperadas como una versión extrañísima de Wise Blood, la novela de Flannery O´Connor.
Antes de entrar en el ejército y pelear en la Segunda Guerra Mundial, John Huston había sido boxeador en su juventud. En su autobiografía, An open book, no dice cuándo fue que entró en contacto con la novela de Gardner. Había vuelto a Estados Unidos, después de una larga, larguísima, temporada en Irlanda, y algo del mundo de los boxeadores le remitió a su juventud. Viajó a Stockton, la ciudad en donde transcurre la novela, en las afueras de California. Le llamó la atención la cantidad de carteles en chino, debido a la gran comunidad china que había en la zona. Pasó unos días en sus hoteles de mala muerte, en los bares que en su interior parece de noche a las cinco de la tarde, entre los baldíos que aparecen como dientes rotos de una dentadura vieja. Huston seguía teniendo una debilidad por ese mundo de jornaleros, de tipos que están de regreso, de gente perdida. Como muchos escritores y directores de su generación, guardaba una debilidad romántica por los perdedores.
Pensó para el protagónico en Marlon Brando, que leyó el guión pero no contestó a los llamados. Finalmente apareció Stacy Keach con su labio leporino (varios años antes que Joaquin Phoenix), en una de sus primeras películas, para el papel de Billy Tully, un boxeador que trabaja en el campo, conoce a una chica, e intenta tener una segunda oportunidad en un ring. Y en Jeff Bridges, de apenas 19 años, en una de sus primeras películas (incluso antes de protagonizar The Last Picture Show de Peter Bogdanovich), como el joven pugilista, blanco y fachero, que no puede soportar más de dos rounds. Para el resto del casting, Huston trabajó como un documentalista; con no actores, gente del lugar, boxeadores reales, trabajadores golondrina, hombres de la calle.
En su biografía cuenta que para el papel de uno de los jornaleros, casteó a un negro que trabajaba de sol a sol. Lo llamó al hotel para hacerle la prueba. Le pasó el guión para que lo leyera, y lo hizo tan bien que el director se sorprendió. Era como si el hombre hubiera dicho el texto con una precisión tal que parecían sus propias palabras. Le preguntó si pensaba que podía prepararse para el papel. Ya lo hice, dijo. ¿Cómo que ya lo hiciste?, preguntó Huston. Sí, no sé leer, estaba simulando, nada más, dijo el hombre. Esas voces, sin embargo, son las que resuenan en la novela. Las que escuchó Leonard Gardner. Por eso al hombre le resultó tan sencillo decir su parte como si fuese propia.