Fue justamente la luz lo que hizo que Huston se decidiera finalmente a adaptar la novela de Gardner. La luz de Stockton es, dijo el director en una entrevista, “enceguecedora”, lo que vuelve a los interiores aún más oscuros; filmar a un personaje en su interior, con una luz tan blanca y tan dura que llega del lado de afuera, los convierte en siluetas. La luz los hace ciegos.
“Fat City” es un modismo, una expresión que usan los jazzeros, dijo el escritor Leonard Gardner. Es como decir “nos vemos en Disney” o bien “pegaste el batacazo”. Es un lugar soñado, un “el Dorado” que los negros solían llamar como una quimera a la que nunca alcanzarían; una ciudad gorda, sería la traducción literal. Una ciudad cargada. Una ciudad de luz, larga y ancha como esperanza de pobre.
El caso de Leonard Gardner es raro. One-hit-wonder, veo su cara en la solapa, dura, de rasgos marcados, y me hace pensar en el cantante Elliot Smith, y sus melancólicas canciones sobre la tristeza, o en el rostro igualmente duro de algunos actores que adoré durante muchos años de juventud (sobre todo en las películas de Sam Peckimpah), como Lee Marvin, Warren Oates y William Holden. Aunque por lo que dice en la entrevista con The Paris Review, Gardner tuvo una infancia sin tantas penurias económicas; trabajó de chico en campos de nuez, porque quería hacer algo de plata. Su padre era el director de la oficina de correos y un fanático de boxeo. A los siete años Gardner contrajo fiebre reumática y durante un año tuvo que estar aislado. Su padre, para que el chico se desarrollará físicamente, le regaló unos guantes de boxeo, con los que dio sus primeros pasos o, mejor dicho, golpes, en un ring.
Cuando descubrió la pasión por el deporte, empezó a escribir sus primeros relatos. Dejó su Stockton natal para establecerse, primero en la ciudad de México y luego en San Francisco, en donde estudió Escritura Creativa en la Universidad y obtuvo un título (nunca alcanzo a entender qué es un Bachelor). Gardner, a diferencia de sus personajes, parece un tipo educado, culto, interesado en el arte y en la escultura, según dice en la entrevista para The Paris Review. Aun así, cuando se sentó a escribir su novela, su interés volvió a esos personajes con los que había convivido durante su infancia y adolescencia. Y si bien la ruta parecía llevarlo por un camino que muchos escritores de la época tomaban (hablamos de los beatniks), Gardner volvía una y otra vez a su ciudad natal, atravesado por la nostalgia de esos personajes, de su pasado, y de su familia. Durante cuatro años escribió 400 páginas de su novela que fue puliendo con paciencia y pericia hasta encontrar las palabras justas y necesarias que contasen la historia que latía en su interior desde que se había puesto los guantes de box.
Fat City se publicó en 1969, y se convirtió en un longseller. El escritor Denis Johnson, quien escribió el prólogo a la reedición que la prestigiosa colección The New York Review viene haciendo con libros injustamente olvidados, escribió: “Un libro tan preciso en su escritura que le da un valor único a las palabras, que me pareció leerlo con los dedos, como si estuviera leyendo braille”. Gardner colaboró con la adaptación de la novela a la adaptación de Huston y lentamente la literatura lo fue despegando hasta convertirlo en un mito de su ciudad. Trabajó como guionista un tiempo, luego se convirtió, en los años noventa, en guionista de televisión y hasta productor del programa que escribía. Hizo algo de plata, pero nunca se compró una televisión.
Gardner vive en su ciudad natal. Tiene 83 años. Hace años que escribe y pule una nueva novela que, tal vez, nunca vea la luz. Como si la ciudad estuviera atada a las historias de Gardner o fuesen las historias de Gardner las que terminan de diseñar el mapa invisible de una ciudad que ya no existe más. En 2007, poco antes de una nueva caída de la bolsa, una de las más grandes en la historia de Estados Unidos, Stockton fue una de las primeras ciudades en declararse en bancarrota. El pueblo de los bares oscuros, las calles con hombres que toman alcohol sobre cajas de frutas, y los borrachos que duermen enceguecidos por la luz del día, parece no ser la misma. Cuando terminé de leer la novela, pensé en que esos personajes hoy tampoco existirían; esa elegancia decadente de lo white trash también parece extinta en una nueva forma social, en organizaciones paramilitares, en un amor indómito por las armas de fuego, y en el florecimiento de un pensamiento filofascista. Ese humanismo que rebosa en la novela y te hace sentir un poco más cercano a tus pares es un trabajo diario. Tal vez por eso Gardner no haya podido terminar su novela; porque los tiempos, al igual que los tiempos de los personajes de John Steinbeck, han cambiado. Aunque lo siga intentando.