Párrafos que me hicieron pensar:
Dijo que hay varias facetas de la percepción. Que los dedos perciben la forma y los músculos perciben el peso y los oídos perciben el sonido y los cabellos perciben el movimiento y la dirección. Dijo que el color no es otra cosa que temperatura. Es la temperatura a la cual tienen los objetos. Las cosas negras son calientes, fácilmente se vuelven calientes, quieren ser calientes, y las cosas blancas son frías. El blanco está más cerca de no ser nada, que es lo más frío que una cosa puede ser: no ser. Y el negro simplemente es el color de las cosas siendo ellas mismas. Cuanto más es una cosa, más negra es. Y en el medio están todos los demás colores.
Qué bien suena que la realidad es diferente para cada parte de nuestro cuerpo y cómo esas partes lo sienten.
Pero quién es importante no es igual para cada uno de nosotros. Muere una persona y el mundo sigue girando. Pero si muere otra, alguien que necesitamos, alguien para el cual hemos adiestrado nuestro cuerpo entero y todos nuestros sentidos, si esa persona muere, entonces, oh, el mundo se extingue.
Es algo que he pensado en muchísimas oportunidades. Cómo yo, caminando por la calle, puedo estar tan destruido por la muerte de alguien que quise profundamente mientras el mundo sigue como si nada. La respuesta es lógica, pero no por eso dejé de hacérmela tantas veces: ¿por qué no están sufriendo como yo? Hay algo de egoísmo en todo eso. De no querer sentirse desolado y, además, solo.
Hay una mentira que es una carga y que torna la vida invisible. La mentira es que son especiales, que sus vidas tienen una luz que no existe en ninguna otra parte. Permítanme decirles, amigos, que no poseen ninguna luz especial. Lo que ustedes ven es lo mismo que ven todos, e incluso el hecho de que lo vean no tiene importancia. Todo los que se fueron a la tumba creyeron haber visto lo que otros no. ¿Fue así? ¿Y de qué les sirve esa convicción ahí abajo?
Pero si pueden hacer a un lado esa mentira…
Queridos amigos, si pueden renunciar a esta idea de ser inigualables en su excepcionalidad y maravilla, entonces el mundo está presente, siempre y a cada momento. Les cubre los hombros como un manto, y no existe hambre, un abrigo cuyos botones son los dientes que se les caerán de la boca. Pero como no necesitan, ser nadie, no tendrán que renunciar a nada.
Qué triste que alguien nos diga que no somos especiales tan directamente, ¿No? O quizás sí lo somos, pero lo somos como todos los demás. Entonces, ¿hay algo especial en ser como el resto?
La pregunta que me gustaría hacerles, queridos amigos, es cómo puede ser que exista un umbral, de un lado del cual se encuentra todo lo que es posible e imaginable, exaltado en destellos de luz tersa y radiante, coronado por arcos de tierra y piedra, demolido y reconstruido y vuelto a demoler y vuelto a reconstruir y fulgurante en su liminalidad, todo eso de un lado del prisma de la mente…
… y del otro lado, la futilidad y el tedio de barrer maquinalmente el aserrín acumulado en el suelo de alguna tienda.
Por cierto, ninguno de los dos lados tiene sentido. No les estoy hablando del destino ni de propósitos.
Estoy hablando del deleite, y de la trampa acechante, encarceladora, que es el cerebro.
¿Por qué tendría que llegar un día en el que prefiramos no usarlo para casi nada, cuando en todos nuestros días anteriories era el instrumento que blandíamos al despuntar la mañana, y por la noche nos dormíamos estrujnándolo contra nuestro pecho?
¿Por qué deberíamos permitirnos ser adultos?
Qué más puedo agregar.
Hasta la semana que viene.