¿Qué puede hacer “la hija de un hombre educado” para prevenir una Segunda Guerra Mundial? se pregunta Woolf con ironía al intentar responder a ese abogado ficticio que le pide dinero para su causa. Aunque está casada, no es casualidad que adopte el lugar de enunciación de una hija y no de una esposa: tiene en la mira la familia patriarcal como institución y el lugar precario en el que coloca a las jóvenes. Salir del hogar paterno -asfixiante y limitado- significa, sin embargo, entrar en un mundo ajeno, masculino. “Lo privado es político” dirán luego las feministas de los años 60s, levantando la bandera a favor del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos: Woolf ya había visto que en la esfera de la familia se jugaba el destino de todas. “A nuestras espaldas está el sistema patriarcal —escribe en Tres guineas—; la casa privada, con su vacío, su inmoralidad, su hipocresía, su servilismo. Al frente, está el mundo público; el sistema profesional, con sus posesiones, su codicia”. Las mujeres no son libres en ninguno de esos dos mundos. Es decir, carecen de poder en ambos. La descripción de esa situación, de ese limbo es uno de los puntos de avanzada de Tres Guineas. Salir al mundo, dejar “el cuarto propio” es un riesgo y Woolf lo sabe. Es una de las primeras en señalar que para prevenir la guerra o, más directamente, para cambiar el sistema que la ha causado, las mujeres no pueden aceptar ser parte del sistema de violencia y dominación que han construido los hombres.
“Rara vez en el curso de la historia un humano cayó ante el rifle de una mujer, la vasta mayoría de las aves y de las bestias han sido liquidadas por ustedes, no por nosotras; y es difícil emitir un juicio sobre lo que no compartimos? ¿Cómo vamos a responder su pregunta sobre el modo de impedir la guerra?” alega Wolf en uno de los mejores pasajes de este libro en el que empieza por mostrar cómo la masculinidad dominante de su época —asociada al combate, la competencia y la violencia— es la causante de la guerra que se trata de impedir. Solo hace falta estirar el argumento un poquito más para llegar al reclamo de nuestros días por un feminismo que proponga un modo alternativo de organización económica que contemple la primera de las violencias, aquella que ejercemos contra el planeta. Sí, Virginia Wolf también se anticipó al ecofeminismo.