Forcejeo
M.A.I.L. (mensaje a incierto lector) N1
De chica empecé a leer porque me sentía aislada, o tal vez porque quería aislarme de estar aislada. Hoy diría que leer es una manera de justificar querer estar sola. La lectura la vuelve a una distante, remota, porque leer es rendirse al imperio de la exclusividad: no se puede leer más o menos, no se puede leer mientras se hace otra cosa, no se puede leer mientras se presta atención a alguien; leer exige una consagración plena. En una época que nos reclama hacer muchas cosas a la vez, el acto de leer se levanta como uno de los últimos actos voluntarios del sometimiento a lo único.
De todos modos, me resulta raro usar soledad y lectura en una misma oración: leer difiere bastante de la soledad, abrir un libro y abrir una conversación para mí son lo mismo, y casi diría que fue la literatura la que me invitó a abrir una conversación sobre quién era yo y sobre cómo podía ser yo. De alguna forma, mis formas de subjetivación en la juventud –y a veces todavía– se anclaron en modelos literarios, mi yo le debe mucho al contacto con los libros. Creo que algo de esto es lo que quiere decir Oscar Wilde cuando dice que la vida imita al arte y no al revés; como si la literatura pudiera adelantarse a la vida mostrando que hay sentimientos y formas de ser que son posibles, autorizando modos de pensar, de vivir y de amar. Como si una pudiera inventarse una vida hurgando en las bibliotecas. Didier Eribon, en Una moral de lo minoritario, un libro que es un recorrido por la obra de Jean Genet, dice que Genet tuvo el propósito de escribir para lectores a los que quería dirigir un mensaje y que era muy consciente de que, un día, habría jóvenes en un pueblo pequeño que se identificarían y apropiarían de sus palabras y podrían sobrevivir gracias a sus libros.
Por último, para finalizar este primer M.A.I.L, quiero sostener una tercera idea sobre la lectura, y es la de que en el acto de leer ocurre un forcejeo entre lo que se entiende y lo que no se entiende. Hay como una suerte de veneración hacia la idea de comprensión, hacia la idea de que comprender es acertar; y yo pienso que uno de los aspectos más interesantes de leer es esa resistencia que ofrecen los libros a ser totalmente entendidos y develados en sus sentidos últimos. Como si leer bien fuera derrotar toda opacidad. En Trance, un libro sobre la lectura como fe, como fiebre y como destino, Alan Pauls dice que Proust decía que justamente, al leer, lo que no se entiende es tanto o más importante que lo que se entiende, en la medida en que tenga algún tipo de relación, por más tenue que sea, con lo que se entiende. Ese resto no comprendido, hermético como una caja negra, que nos desconcierta y nos pasma, es lo que vuelve irresistible a la lectura: la residualidad que nos deja.
En Mi Meteorito, el escritor trans Harry Dodge dice algo que me resultó certero y seductor y que reforzó esta idea de que leer es un forcejeo y que de ese forcejeo resulta un aprendizaje. Dodge dice algo así como que hay un camino pedagógico interesante en la habilidad de poder retener nociones o ideas en nuestras cabezas que no coincidan con aquellas que ya tenemos; es decir, que en el hecho de que podamos tolerar y sostener en el tiempo ideas que están en desacuerdo, hasta que en algún momento decanten, reside la posibilidad de un organismo de crecer, de poder desarrollar nuevos pensamientos, esto es, de aprender. Esta breve intervención de Dodge define un poco lo que ahora pienso de este libro: un artefacto hecho de breves pero densas intervenciones; de ideas suspendidas como fuegos artificiales en el aire; de pensamientos que son, por momentos, cristalinos, por momentos, indescifrables. Un libro que nos mantiene forcejeando.