Ser es haber sido heridos
M.A.I.L. (mensaje a incierto lector) N4
En un M.A.I.L anterior les compartí que Mi Meteorito es un tipo de artefacto literario híbrido, en donde escenas autobiográficas cargadas de detalles son seguidas de teorías sobre la conciencia, la materialidad de la mente, la IA (inteligencia artificial), las que, a su vez, son combinadas con epifanías que revelan coincidencias y conexiones entre todo lo que existe. Estas escenas, teorías y epifanías son ofrecidas en forma de entradas breves, en su mayoría fechadas pero sin sucesión cronológica. Los saltos temporales son la constante en este libro de Dodge, saltos de los que se vale para mostrar lo irrelevante de usar una narrativa lineal para describir el espesor de una vida, con lo cual también invita a poner en cuestión la jerarquización entre temas presuntamente principales y supuestas digresiones: hace del desvío y el apunte marginal la mezcla que une Mi Meteorito. Todo está unido: la muerte de sus padres adoptantes; las incursiones en la naturaleza con su hijo; su arte multidisciplinario —Dodge es, además de escritor, escultor, performer y cineasta— y sus vínculos con el arte contemporáneo; la relación con su esposa escritora Maggie Nelson, quien en el libro Los Argonautas se expidió ampliamente sobre su relación con Dodge; el encuentro con su madre biológica; sus disquisiciones teóricas; su afiebrada vida en San Francisco durante los ochentas, como parte de la escena DIY, queer y anarquista, que crecían como una ola constante sobre el mapa de Los Ángeles, y otros episodios que, de formularlos, haríamos de este correo algo infinito.
Sin embargo, en esta aleatoriedad que se expande de forma rizomática, con conexiones tenues pero constantes entre cada entrada, hay dos o tres temas que insisten, reclamando ser los agujeros negros del libro, es decir, esos cuerpos tan densos, con tanta masa y atracción gravitacional que nada escapa a ellos, ni siquiera la luz, y que crecen a partir de la materia que atrapan. La muerte de sus padres adoptantes —su madre en 2009 y su padre en 2017—; el encuentro con Donny, su madre biológica; su reflexión, a veces tenebrosa, a veces optimista, sobre la IA; y el vínculo entre el sexo y la muerte son temas que Dodge hace rebotar para encontrar en cada ruido que ese rebote provoca, un nuevo significado, la detección de otra coincidencia, la conexión con otro tema. Este puñado de asuntos que operan por repetición, son, creo, la forma que usa Dodge para señalar con sutileza que son determinantes en el flujo de su vida. Repetir es una forma de atribuir importancia.
Por último, quisiera decir que el tono del libro es de un eterno presente. No sólo por los saltos temporales que, como dije, desenmascaran lo fatuo de usar una narrativa lineal para dar cuenta de una vida; sino también porque cada entrada del libro está consignada en tiempo presente; como si todo lo que ocurrió sigue ocurriendo en otro mundo paralelo, o, quizá, como si todo lo que ocurrió nos constituyera. Estamos acá por eso que nos pasó. Ser es haber sido heridos, cita Dodge a Timothy Morton más de una vez en Mi Meteorito.
Hasta acá llegamos.