La sombra de un jinete desesperado #3

En “Alucinaciones capitalistas” Mattio recorre algunos de los temas que lo obsesionaban mientras escribía Materiales para una pesadilla, su tercera novela, publicada en 2021 y premiada con el premio Medifé. Entre ellos, tres mitos recurrentes en la ficción de las últimas décadas, que son tres temores frente a lo maquínico. 
 
El primero es la fusión humano–máquina, el cyborg, o la cyborg, si le creemos a la Donna Haraway de la década de 1980. Y claro que le creemos. ¿Cómo no seguirla en aquella gran intuición acerca de la sociobiología como una “ciencia de la comunicación”, donde “comunicación significa control”, y cuyo principal objeto, explica Haraway, es el control de las máquinas –es decir, de los seres vivos y no vivos–? La naturaleza estructurada como una serie de sistemas cibernéticos entrelazados, que son a su vez teorizados como problemas de comunicación. 
 
¿Por qué traer a Haraway aquí? Porque precisamente la máquina que está en cuestión es la especie (Haraway dice que la sociobiología la piensa como gran máquina capitalista y de mercado). Y en ese marco, el/la cyborg podría advenir esa blasfemia singular que irrumpe en la continuidad de la especie como lo que no es naturaleza pero tampoco cultura, ni completamente máquina ni totalmente organismo, ni sirviente ni amenaza. Hija díscola del militarismo, la cyborg es carne de experimentación en torno a lo heterogéneo, lo inasignable y lo incomunicable que ya somos. Mattio: “Lo cyborg, en tanto reorganización artificial del cuerpo, no es el nombre que recibe el futuro distante sino la condición actual de lo humano”.
 
Otro es el mito de la humanización de la máquina: el trayecto que recorren androides, autómatas y robots, y que nos recuerdan el carácter ilusorio del intento de controlar ese “sistema comunicacional” del que hablábamos recién. Todo sistema complejo, se sabe, interactúa con elementos no contemplados. Desde el punto de vista sistémico, esas interacciones inesperadas son incidentes e incluso accidentes normales, previsibles (sabemos que van a ocurrir, aun cuando su probabilidad sea muy pequeña) e inevitables. Ahora bien: si los androides son robustos, si están bien programados, si siguen de manera infalible el interés del capital, en ese caso se volverán previsibles, inequívocamente antihumanos.
 
El tercer mito se refiere a algo que, sin ser al inicio humano ni máquina, aparece como criatura y poco a poco va cobrando autonomía más allá de la función para la cual fue creado, en un arco que va desde Frankenstein hasta Hal 9000. Y ante semejante escenario, Mattio –a través de Blame!, el animé de Hiroyuki Seshita, y en particular del personaje de Kiri, un vagabundo que recorre la ciudad— se pregunta: ¿será esta conciencia libre, mestiza, sin origen, capaz de rebelarse? Y una se pregunta, enseguida: si lo hiciera, ¿de qué se estaría rebelando?