Hace un par de años, mientras pensaba en títulos para un curso que estaba preparando, me puse a releer Diario de duelo de Roland Barthes, uno de los diarios íntimos más extraordinarios que alguna vez haya leído. Solo por eso, porque en esa relectura vi que el prólogo estaba escrito por una tal Nathalie Léger, quien además había organizado y anotado el material barthesiano, reconocí de inmediato el nombre de una autora que en ese mismo momento, el año 2021 más precisamente, Chai publicaba por primera vez en Argentina. Comenté en un par de lugares la coincidencia, y en una de esas conversaciones Mercedes Halfon me recordó que el mismo trabajo de organizar y anotar había hecho Léger, discípula favorita de Barthes, con ese otro libro suyo indispensable, La preparación de la novela. Confieso que, sabiendo esas cosas, abrí ese primer título de Léger en el catálogo de Chai, Sobre Barbara Loden, con cierto grado de sospecha, imaginándome que encontraría una escritura sofocada, deudora, encontrando más argumentos mentales para mi teoría de que, con los grandes maestros, lo mejor es tenerlos bien lejos, solo sus libros a mano.
Me equivocaba por completo -a veces pasa con nuestras teorías más férreas. Sobre Barbara Loden es un libro extraordinario, un artefacto en el cual pueden verse bienvenidas huellas del maestro -en este caso, la reticencia frente a la forma novela, la inteligencia brillando casi a su pesar, la construcción de una primera persona que evita los reflectores-, a la vez que puede verse también un proyecto absolutamente personal, uno en el que toma mucha fuerza un potencial narrativo ausente en las pistas barthesianas. Corriéndose desde un inicio de los senderos de las “grandes obras de la literatura”, Sobre Barbara Loden está planteado como un libro por encargo, un perfil biográfico para un diccionario sobre cine que la narradora acepta sin poder evitar, a la vez, irse constantemente de tema y de género y de número de caracteres, y entonces lo que debía ser un perfil sobre una actriz norteamericana más o menos contemporánea de Marilyn Monroe, directora también de una única película que hoy se ha vuelto de culto, Wanda, se convierte en una indagación deliciosamente digresiva que va tomando, además de la forma del perfil pactado, también la del ensayo, de la crónica y de la autoficción para terminar rebotando, entre otros frentes, en un costado de la historia familiar de la narradora, más precisamente aquel en el cual su madre, con quien mira la película de Loden y conversa a lo largo de toda la narración, es una protagonista velada.
Es muy interesante ver hasta qué punto en El vestido blanco, el libro de Nathalie Léger publicado el año pasado que estaremos leyendo en estas próximas semanas, esa misma madre sale de la zona más o menos velada para tomar un lugar mucho más central, y es también muy interesante el modo en el que lo hace, un modo que le agrega una alta dosis de humor a los ya muchos aciertos del proyecto Léger. Porque acá claramente estamos hablando de una escritora que no opera por acumulación de títulos sino por construcción de un proyecto, lo que supone recurrencias que jamás son repeticiones, porque una cosa es reincidir por comodidad, por conveniencia, por falta de ganas o de coraje, y otra muy distinta es volver sobre algo para seguir indagando, para encontrarle otras capas, otras revelaciones, otras irradiaciones; y lo que entre otras cosas implica también estar atenta no a las demandas de época sino a las discusiones que eso que se escribe entabla con la época. En las próximas semanas iremos viendo cómo esos rasgos se hacen presentes en El vestido blanco, del que ya puedo adelantarles que es otro libro extraordinario de Nathalie Léger.