El vestido blanco #4

A través de un documental de Joël Curtz y de materiales diversos que Nathalie Léger va encontrando en la web, El vestido blanco reconstruye el día de marzo de 2008 en el cual Pippa, en una estación de servicio de Estambul, se subió a una van conducida por el hombre que horas más tarde la golpeó, la violó y la estranguló hasta matarla. Sin caer ni el menor golpe de efecto, Léger imagina el instante previo a su muerte, imagina no solo la indefensión sino también el estupor, y luego se enfoca en comentar las imágenes que ese mismo asesino siguió grabando con la cámara que le robó a Pippa, fundamentalmente imágenes del casamiento de su sobrina. Hay un paralelismo escalofriante entre las tomas de ese casamiento, del vestido de la sobrina, y el hecho de que el eje de la performance de Pippa fuera un vestido de novia, pero Léger no se detiene ahí: lo señala, y deja que quien lee haga sus propias conexiones. Esa voz que indaga sin subrayar es sin duda otro de los hallazgos de este libro, y del proyecto Léger. Una voz que indaga sin tampoco obsesionarse por la información, como queda claro no solo por el hecho de que de las minucias del asesinato y del asesino poco sabremos, sino por instancias puntuales como por ejemplo la entrevista con la madre de Pippa Bacca, una entrevista por la cual la narradora, que la ha pactado con antelación, llega a tomarse el tren desde París, donde vive, hasta Milán. La incomodidad que la acompaña durante todo el viaje explota a raíz de una conversación que tiene con quien la espera en la estación, un periodista del Corriere de la Sera amigo de un amigo que está ahí solo para entregarle la llave del departamento en el que se hospedará. Mientras toman un café en un bar ruidoso, la narradora, aturdida e insegura como está, le pregunta cómo haría él, en tanto periodista, para abordar una entrevista como la que ella planea hacer. Recibe como respuesta una argumentación en la que queda muy clara la utilidad que para este hombre puede tener una entrevista periodística en un caso así frente a la dudosa utilidad de la literatura, “que siempre tiene algo de impúdica”, agrega. Banal y todo como suene el maniqueísmo argumental del amigo del amigo, a la narradora la hace pensar que en realidad ella no tiene nada que ofrecerle a esa madre en pleno proceso de duelo, que finalmente el fin de esa entrevista sería quitarle algo, “devorarlo taimadamente”, y entonces cancela, devuelve la llave en el buzón en el que debía ponerla tres días más tarde, y se toma el tren de vuelta. 

Me he detenido en este punto porque me parece una instancia en la que se ve muy claramente cómo opera el proyecto Léger: a raíz de algo que se va contando -en este caso, el viaje para hacer una entrevista que queda trunca-, el texto va también rozando cuestiones cruciales de la narrativa, de la teoría literaria, sin por eso ponerse después a explicitarlas, mucho menos a subrayarlas: quien quiera verlas, ahí las tiene; quien pase de largo y se enfoque solo en lo que se cuenta, pues bienvenido también. ¿Y cuál sería, en esa escena puntual, una de esas cuestiones cruciales de las que hablo? En principio, la escritura de No ficción y sus diferencias según se la aborde desde el periodismo o desde la literatura: mientras la cuota de información implícita en la entrevista con esa madre hubiese sido crucial en términos periodísticos, pasa en cambio a ser secundaria desde un abordaje literario, donde no se trata de informar sino de indagar, como este mismo libro lo demuestra. La información, entonces, no debe ser tratada con la relevancia y la higiene que suponen los manuales de ética periodística sino de un modo mucho más personal, caprichoso. Lo que para nada implica dejar de lado la ética, porque es justamente pensando en términos éticos que en El vestido blanco se entiende la decisión de abstenerse de la narradora, de declinar su entrevista. No se trata para ella de obtener una primicia ni una revelación sin pensar en los costos personales que eso acarrea; se trata de construir una escritura que opere en el orden de la reparación, y no del daño. Una reparación que opere en el terreno de la obra, como vimos la semana pasada en los pasajes a su manera sutil reinvindicativos del proyecto de Pippa, y en el terreno de la vida. Porque precisamente la articulación arte y vida, que tantas páginas sesudas de teoría literaria ha generado, es otra de las cuestiones cruciales abordadas por el proyecto Léger de las que vengo hablando. Y qué mejor para eso que enfocarse, como lo hace en El vestido blanco, en la performance, una forma del arte que demuestra más explícitamente que ninguna otra hasta qué punto, en algunos proyectos, arte y vida son una entidad bifronte, imposible de poner en compartimentos separados. ¿No es eso precisamente lo que viene acá a decir la madre de la narradora con los pedidos constantes de inclusión de su vida en el tema de investigación? ¿No es precisamente eso lo que hace que acá la muerte, además de ser un hecho aberrante y violento, sea también una especie de coautora de la obra de Pippa? ¿No dice muchísimo acerca de las hipótesis de su performance, aquellas ligadas al arte como forma de contrarrestar la violencia, el hecho de que su ejecución la haya llevado a ser víctima de un femicidio? ¿Y no es maravilloso que Léger, que ha leído una de las cosas más interesantes que se han escrito sobre esa imbricación arte y vida en La preparación de la novela de su maestro Barthes, encuentre en El vestido blanco un modo tan personal y narrativo de abordarlo? ¿No es además celebrable que la tan mentada autoficción abandone la senda confesional en la que muchas veces cae y demuestre que puede ser también, como acá, una gozosa forma del ensayo literario?