Zazie en el metro #2

De las múltiples actividades de Queneau, reparemos en dos: su pertenencia al Colegio de Patafísica, y a OULIPO. Comencemos por la primera.

La patafísica es una ciencia delirante, una ironía sobre la propia ciencia, que retoma la obra de Alfred Jarry, y que se ocupa de “el estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”. A partir de allí se despliega la construcción de un mundo imaginario, que incluye hasta un calendario nuevo. El colegio de Patafísica fue fundado el 11 de mayo de 1948 (22 Palotin del 76, según el calendario patafísico) y rápidamente Queneau formó parte como Regente de una “sociedad de Investigaciones Eruditas e Inútiles”. Se le reconoce la mano en el desarrollo de investigaciones “científicas” sin ninguna función o profundidad más allá de su nombre. Algunos ejemplos: Liricopatología y Clínica de los retoriconosos, Cocodrilología, Pedología y Adelfismo, Cinematografía y Onirocrítica, Aliética e Ictibalística, Tonosofía Africana, Alcoholismo estético, Aniñamiento voluntario e involuntario. Inmediatamente fue nombrado secretario de la Subcomisión de Epifanías e itifanías, al lado de otros secretarios como Marcel Duchamp (subcomisión de las Formas y de las Gracias), entre otros. 

Editó también varios de los mejores números de Subsidia Pataphysica, la revista oficial del Colegio, en particular el número sobre el mayo del 68 (publiado el 22 de Gidouille del 95, según el calendario patafísico), ejemplar que, permítanme una digresión que puede parecer levemente soberbia pero que no es más que la ocasión de compartir un orgullo ingenuo, tengo en mi biblioteca, como regalo de uno de los más prominentes miembros argentinos del Colegio. Porque sí, el Colegio de patafísica tiene también una sucursal argentina, 

Volviendo a Queneau, como de costumbre en él, se tomaba estos juegos irónicos con inmensa seriedad. Presidía las reuniones de la subcomisión y asistía a las reuniones plenarias con un índice de ausentismo nulo. No faltaba nunca. Llegaba de su trabajo como editor de Gallimard, con los más serios manuscritos en su portafolios, y se convertía, en un instante, en lo que siempre fue: un ironista sutil, un personaje inclasificable.