La primera novela de un autor tiene el peso de un acontecimiento: opera como punto de partida y además resguarda un corazón esencial que probablemente pueda rastrearse como huella en toda una obra. El amparo, la primera novela del escritor y sociólogo argentino Gustavo Ferreyra, cumple este año treinta años y vuelve a las librerías editada por Godot. La novedad editorial es parte de un proyecto más grande: el año pasado, el sello editó su título más reciente, El mamífero que ríe, y Piquito y los vientos, cierre de la saga iniciada en 2009 con Piquito de oro. En abril, será el turno de dos obras centrales del autor: La familia, que cumple una década, y El director.
La posibilidad de articular tradición y novedad en la edición, algo que también está en la trama de El amparo, hizo que me pareciera un gran libro para que leamos juntos en noviembre.
El prólogo, a cargo de Elvio Gandolfo, ilumina el texto pero también da cuenta de por qué Ferreyra es considerado por autores como Martín Kohan o Fabián Casas como uno de los integrantes (silenciosos, es cierto, porque se desentiende del autobombo) del dream team nacional.
“El amparo no tiene debilidades de primera novela. Es construida, envolvente, fuerte: se acepta o se rechaza de entrada. También es intensa la metáfora establecida por el título: no hay un amparo mayor que el de la casa. Pero a su vez no hay entorno donde sea más fácil sentirse débil, mudo, desamparado. El erotismo depende de la fascinación, de la masturbación, y gira alrededor de una mujer grande, impenetrable, ante la cual es casi imposible, otra vez, hablar sin imaginar por anticipado la incomprensión o el equívoco: la encargada de la limpieza que le da instrucciones cuando ingresa a trabajar en esa área”, sostiene Gandolfo en esas primeras líneas.
La historia transcurre en una casa repleta de sirvientes. El narrador es Adolfo, el empleado que se arrodilla con la boca abierta para recibir las sobras del amo. Las humillaciones se suceden hasta que recibe la noticia que desencadena su sed de venganza: tiene los días contados, son sus dos últimas semanas como receptor de carozos.
Decirlo ahora es casi una obviedad pero no me aflige porque la primera novela de Ferreyra puede sostener esto con matices: en El Amparo, escrita cuando tenía sólo 29 años y publicada por primera vez en Sudamericana bajo el halo del mítico Luis Chitarronni, está el eco de K. de El proceso. Un relato kafkiano, pero no otro más. “Muy pocos pueden exhibir un trabajo tan demoledor como Ferreyra. Practica una especie de realismo alucinatorio”, dijo Casas sobre el trabajo de Ferreyra. El devenir miserable de Adolfo, un mundo del trabajo feudalizado y toda esa rabia contenida son parte de la estructura literaria compleja de la novela. Pero también opera el realismo alucinatorio: en El amparo están las señas de los noventa y, para no ir tan lejos, también están las de nuestros días.
Como dice Gandolfo, se acepta o se rechaza de entrada. Yo caí y desde hace días estoy atenta a la alucinación del receptor de carozos.