«Ah, pero yo no sueño». Puedo escuchar a los detractores de «El sueño, hermano de la muerte» de Jesse Ball. Ante eso, voy a evitar responder de manera reactiva con un clásico: «En realidad todos soñamos, solo que vos no lo recordás cuando te despertás».
Creo que el libro de Ball (qué tentación caer en el diminutivo librito) es para los que tienen algo con sus sueños más allá de si logran recordarlos o no. El autor se mantiene cerca del interés vital y lejos de las teorías: se desentiende de todo lo que el psicoanálisis dijo sobre los sueños o de lo que los neurólogos puedan haber descubierto sobre lo que pasa en nuestro cerebro cuando cerramos los ojos. Propone, en cambio, un repliegue íntimo: «Quienes traten de convencerte de que los sueños significan algo, usarán una palabra: símbolo. Limítate a responder amablemente que no recuerdas tus sueños y olvídalo. No hace falta hablar con alguien así. Tus sueños son tuyos y no necesitas que nadie te diga lo que son o significan. Además, ya sabes lo que son para ti».
Su terreno son los sueños lúcidos. «Lúcido significa claro, y los llaman así porque el sueño en el que estás despierto es claro como el día. No hay niebla ni confusión. La sensación del espacio alrededor y de las posibilidades que se te presentan es poderosa como un grito. Quizá ya hayas despertado en algún sueño. ¿Te ha pasado? Si quieres, puedes aprender a hacerlo todas las noches», tienta al lector. Pero también tiene una propuesta para los lectores que teman caer en dogmas controladores: «Y si eso te preocupa, si también te gustan los sueños comunes y no quieres estar despierto en todos los sueños, no tengas miedo: todavía podrás seguir teniendo sueños comunes. El reino de los sueños es ancho y largo. Hay lugar para todo».
Ojalá sean muchos los lectores de Club Carbono que ya tengan el librito amarillo abajo de la almohada.